Eran las cuatro de la tarde cuando Loreta bajo del colectivo que la llevaba de su clase de baile a la de canto, en Palermo Viejo, cerca de su casa.
El tiempo estaba pesado, y el cielo grisáceo auguraba una lluvia tarde o temprano.
Ella era muy joven, casi una nena, que dotada de un rostro angelical, ojos enormes y cuerpo sinuoso, tenia ese andar felino de algún antepasado mulato.
Era Jueves y los jueves siempre se encontraba con las chicas. Tomaban cerveza o café y boludeaban hasta cualquier hora. Les divertía y les ayudaba a soportar las semanas rutinarias.
En general se veían en el pub en donde Loreta trabajaba, de tal manera que podía estar con ellas en los momentos de menos trabajo.
Al principio comenzaron a hacerlo de manera esporádica. Después que terminaron el colegio, se sentían raras en sus nuevos ambientes de estudios. Extrañaban los recreos, los chismes y las cargadas.
Después lo fueron haciendo con mayor continuidad y luego establecieron un día fijo.
Desde que Loreta trabajaba en el pub, lo adoptaron.
Carolina era la líder, ella todo lo podía, estudiaba antropología y los dos últimos veranos los había pasado visitando diferentes tribus en el Amazonas. Fue durante uno de sus viajes que conoció a Francisco, se amaban y pensaban casarse a fin de año.
Valeria era la tímida pero toda una erudita, ella las sacaba de cualquier duda en todo momento. Había sido la mejor alumna siempre y nadie dudaba que sería una excelente medica, además ginecóloga probablemente. Se había casado hacia ya dos años con un medico que había sido uno de sus primeros profesores. Aun no pensaban en tener hijos por unos años. Les quitaría libertad.
Chiqui era la típica ansiosa psicoanalizada, escapada de una película de Woody Allen.
Tal como la lógica lo indica, estudiaba psicología, pero en una Universidad privada. No vaya a ser que se juntara con la chusma. Estaba medio viviendo con Miguel desde el ciclo básico y su pareja siempre estaba en crisis.
Romina era término medio en todo. Vivía desde hace casi tres años con su novio de la escuela, estudiaba Diseño Gráfico. Pero por sobre todas las cosas detestaba a los new-rich y todo aquello que consideraba kitch. Parece que soñaba con ser una versión femenina de Versace con sus diseños. Bueno, ella era la artista del grupo.
A Loreta le molestaba mucho el ser la única de ellas para quien una relación estable jamás pasaba de los dos meses. Empujada un poquito por la abrumadora estabilidad amorosa de sus amigas y ante las más frecuentes preguntas suspicaces de Chiqui, se había inventado un novio.
Inspirada en aquel fotógrafo canadiense que había conocido en el boliche el año pasado y con el que salió durante su estancia en la Argentina, creo a Jean Pierre. Bueno en realidad el ya había sido creado por la natura, ella solo creo la relación, o más bien la recreo, pero para la novela gótica que recién comenzaba.
J.P. había entrado a su vida en un momento de debilidad, tal como se apoderan los espíritus de un ser vivo y tal como esos despojos astrales fue invadiendo su cuerpo poco a poco.
Fue en diciembre, antes de Navidad, cuando Buenos Aires estaba sofocante por el intenso calor y hedía, como callejera barata y roñosa de pelo revuelto y uñas negras. La gente en la calle estaba insoportable, la falta de dinero, la compra obligatoria de regalos, las cenas de despedida, las reuniones entre amigos, las fiestas en familia.
Todo era irritante.
Las chicas estaban ocupadas para esos días y habían tenido ya su reunión de fin de año con una gran panzada de pizza, helado y cerveza mexicana, tanta que a Loreta todavía le dolía la cabeza de solo pensarlo.
Caro y Pancho se habían ido, mochila al hombro, al norte de Bolivia, en busca del eslabón perdido. Valeria tenía exámenes y guardias. Chiqui estaba en Pinamar con la familia de Miguel y Romi y Juan se había ido a Barbados a un club privado, to spend a few happy hours.
Loreta amaba ese Buenos Aires pestilente y ruidoso, desordenado y candente, desbordante, exacerbado y canyengue como tango de arrabal.
Por eso cuando sus ojos se encontraron con el azul profundo de los de J.P., se enamoro y chau.
No hubo rodeos, ni juegos seductores, ni palabras huecas para llenar el tiempo, tomaron bastante, fumaron un par de porros y durmieron juntos, como quien se toma un café, o una coca.
El español de él era algo elemental y su ingles no tenía una sola hache aspirada, resultando gracioso pero incomprensible para los escasos conocimientos de Loreta y ¿para qué tenían que hablar?, si no había nada que decir.
Así sin demasiadas palabras pasaron días y un par de semanas.
La mano venia algo alternada, porque J.P. viajaba por el laburo.
En total no habían pasado mucho tiempo juntos, pero él la invitó a Angra dos Reis por unos días, allí tenia amigos y pararon en un grupo de cabañas precarias con gente algo excéntrica por no decir horrorosa y de aspecto peligroso.
La mano ya venia pesada para cuando J.P. y la banda empezaron a tomar descontroladamente todo tipo de bebidas blancas. Primero con jugo de frutas y garotas, luego solas y Garotos.
Allí la merca hizo su entrada triunfal y Loreta, ni lenta ni perezosa, se tomo el palo un par de días antes de lo planeado.
Él apareció una vez, pero no hubo onda y en otra ocasión le mando una postal de Montreal, una de esas con varias imágenes juntas de la ciudad nocturna, un horror.
Pero fue suficiente para dar pie a la gran novela del caballero andante para sus amigas, cuando reanudaron finalmente sus encuentros, a mediados de Marzo.
Entre las clases, el laburo y su sofisticado romance, llenaba su vida y sus charlas con las chicas siempre daban un nuevo e inesperado rumbo a la historia, que se construía así, sobre la marcha, como la vida.
A medida que paso el tiempo J.P. era mejor fotógrafo y por que no camarógrafo a punto de ingresar en la CNN, su aliento olía a café recién hecho en lugar de alcohol, y era el impulsor anónimo de campañas anti-droga. La amaba tanto que no soportaba la vida sin ella y por eso Loreta debía volver temprano a casa a la espera de su llamada diaria.
Con una y otra cosa las reuniones con el grupo de los jueves se fueron haciendo más cortas y espaciadas. Jean Pierre había recuperado su nombre completo y empezaba a ocupar casi todo su pensamiento.
Lo extrañaba terriblemente, su mente no podía alejar ni por un momento esa mirada azul profundo, casi no comía, se le caía el pelo y no podía sincronizar el paso de baile ni memorizar canciones, ni limpiar la casa, ni lavar la ropa... La realidad y la fantasía se entremezclaban desordenadamente y sin control.
Loreta entendía que la situación había escapado a su control y sin control no tenia vida. Para recuperar su vida, J.P. debía desaparecer.
Pero como hacer desaparecer a quien no esta, una relación que no existe. ¡Maten al fantasma! Claro, si lo encuentran. En fin, su J.P. debía morir de cualquier manera.
Era una muerte ficticia, de un amante ficticio, para una relación ficticia, lo cual no
tenia nada de malo en sí mismo.
Pero su corazón se negaba a dar muerte a lo que su razón le dictaba. Así era como Jean Pierre moría y resucitaba continuamente.
De pronto sucedió algo inusitado. Alguien voló un avión atestado de pasajeros apenas despego del aeropuerto de NY, y allí cayó al mar sin un solo sobreviviente.
La tragedia fue muy shoqueante ya que USA se preparaba para las Olimpiadas del ‘96, y un ataque presumiblemente terrorista no estaba en los planes de su gente.
El avión se dirigía a Francia y el pasaje en su mayoría eran europeos o americanos que iban a visitar parientes, era horrible, pero un canadiense francés encajaba perfecto.
Loreta lo puso entre los desaparecidos y sus amigas no la dejaron ni un momento sola, acompañándola en su dolor.
El tiempo pasó, la rutina volvió, la vida de las chicas retomo su ritmo y Loreta volvió a la carga como sí tal cosa.
Se sentía tan aliviada de no tener que seguir inventando historias que su baile se recuperaba vertiginosamente, su voz recuperó su fuerza y tono. Pudo volver a su trabajo en el Pub y a pasarla bastante bien.
Pero llegó diciembre y con él aquel profundo vacío que deja en el alma un amor perdido.
Buenos Aires palideció, las chicas se esparcieron y la melancolía se apodero de Loreta.
Encontró consuelo en sus amigos de la adolescencia, los poetas románticos, Becquer, Rubén Darío, Amado Nervo, Alfonsina Storni, Sor Juana Inés de la Cruz, Neruda, y algún par más que no recuerdo.
Ellos mitigaron su dolor acompañándola en las noches hasta las primeras luces del amanecer, cuando agotada de llorar caía sin fuerzas por ahí, donde el cansancio y el sueño inquieto la encontrara.
Pidió, de nuevo, un permiso en el laburo, total si la rajaban ya no le importaba. En el conservatorio tenia vacaciones y la profesora de canto siempre suspendía por el verano, para ir a visitar a su familia a San Juan.
Loreta se dejo invadir por esa dulce y adormecedora melancolía, dejo de salir porque se sentía desganada y dejó de comer porque se terminó la comida. Se alimentaba de poemas y de lágrimas.
Fue entonces cuando comprendió que era inevitable que se reuniera con su bienamado. Pero una unión cósmica, en el plano astral, donde las almas se funden en un batir de alas.
La idea la animó, se levanto de su letargo y preparo un bolso. Fue a Constitución, tomo un tren y se bajo en Mar del Plata.
Tomo un taxi hasta la playa y comenzó a caminar entre la gente hacia el norte.
Se baño, se seco, paso el día... y al anochecer Loreta pudo llorar tranquila mirando al mar.
Finalmente se levanto, con elegancia y con paso firme, esas jóvenes piernas de bailarina la condujeron al mar. Bailando con las olas, cantando “... te vas Alfonsina con tu soledad... que poemas nuevos fuiste a buscar… “ y perdiéndose en el horizonte, se reunió al fin, con su amado…
El tiempo estaba pesado, y el cielo grisáceo auguraba una lluvia tarde o temprano.
Ella era muy joven, casi una nena, que dotada de un rostro angelical, ojos enormes y cuerpo sinuoso, tenia ese andar felino de algún antepasado mulato.
Era Jueves y los jueves siempre se encontraba con las chicas. Tomaban cerveza o café y boludeaban hasta cualquier hora. Les divertía y les ayudaba a soportar las semanas rutinarias.
En general se veían en el pub en donde Loreta trabajaba, de tal manera que podía estar con ellas en los momentos de menos trabajo.
Al principio comenzaron a hacerlo de manera esporádica. Después que terminaron el colegio, se sentían raras en sus nuevos ambientes de estudios. Extrañaban los recreos, los chismes y las cargadas.
Después lo fueron haciendo con mayor continuidad y luego establecieron un día fijo.
Desde que Loreta trabajaba en el pub, lo adoptaron.
Carolina era la líder, ella todo lo podía, estudiaba antropología y los dos últimos veranos los había pasado visitando diferentes tribus en el Amazonas. Fue durante uno de sus viajes que conoció a Francisco, se amaban y pensaban casarse a fin de año.
Valeria era la tímida pero toda una erudita, ella las sacaba de cualquier duda en todo momento. Había sido la mejor alumna siempre y nadie dudaba que sería una excelente medica, además ginecóloga probablemente. Se había casado hacia ya dos años con un medico que había sido uno de sus primeros profesores. Aun no pensaban en tener hijos por unos años. Les quitaría libertad.
Chiqui era la típica ansiosa psicoanalizada, escapada de una película de Woody Allen.
Tal como la lógica lo indica, estudiaba psicología, pero en una Universidad privada. No vaya a ser que se juntara con la chusma. Estaba medio viviendo con Miguel desde el ciclo básico y su pareja siempre estaba en crisis.
Romina era término medio en todo. Vivía desde hace casi tres años con su novio de la escuela, estudiaba Diseño Gráfico. Pero por sobre todas las cosas detestaba a los new-rich y todo aquello que consideraba kitch. Parece que soñaba con ser una versión femenina de Versace con sus diseños. Bueno, ella era la artista del grupo.
A Loreta le molestaba mucho el ser la única de ellas para quien una relación estable jamás pasaba de los dos meses. Empujada un poquito por la abrumadora estabilidad amorosa de sus amigas y ante las más frecuentes preguntas suspicaces de Chiqui, se había inventado un novio.
Inspirada en aquel fotógrafo canadiense que había conocido en el boliche el año pasado y con el que salió durante su estancia en la Argentina, creo a Jean Pierre. Bueno en realidad el ya había sido creado por la natura, ella solo creo la relación, o más bien la recreo, pero para la novela gótica que recién comenzaba.
J.P. había entrado a su vida en un momento de debilidad, tal como se apoderan los espíritus de un ser vivo y tal como esos despojos astrales fue invadiendo su cuerpo poco a poco.
Fue en diciembre, antes de Navidad, cuando Buenos Aires estaba sofocante por el intenso calor y hedía, como callejera barata y roñosa de pelo revuelto y uñas negras. La gente en la calle estaba insoportable, la falta de dinero, la compra obligatoria de regalos, las cenas de despedida, las reuniones entre amigos, las fiestas en familia.
Todo era irritante.
Las chicas estaban ocupadas para esos días y habían tenido ya su reunión de fin de año con una gran panzada de pizza, helado y cerveza mexicana, tanta que a Loreta todavía le dolía la cabeza de solo pensarlo.
Caro y Pancho se habían ido, mochila al hombro, al norte de Bolivia, en busca del eslabón perdido. Valeria tenía exámenes y guardias. Chiqui estaba en Pinamar con la familia de Miguel y Romi y Juan se había ido a Barbados a un club privado, to spend a few happy hours.
Loreta amaba ese Buenos Aires pestilente y ruidoso, desordenado y candente, desbordante, exacerbado y canyengue como tango de arrabal.
Por eso cuando sus ojos se encontraron con el azul profundo de los de J.P., se enamoro y chau.
No hubo rodeos, ni juegos seductores, ni palabras huecas para llenar el tiempo, tomaron bastante, fumaron un par de porros y durmieron juntos, como quien se toma un café, o una coca.
El español de él era algo elemental y su ingles no tenía una sola hache aspirada, resultando gracioso pero incomprensible para los escasos conocimientos de Loreta y ¿para qué tenían que hablar?, si no había nada que decir.
Así sin demasiadas palabras pasaron días y un par de semanas.
La mano venia algo alternada, porque J.P. viajaba por el laburo.
En total no habían pasado mucho tiempo juntos, pero él la invitó a Angra dos Reis por unos días, allí tenia amigos y pararon en un grupo de cabañas precarias con gente algo excéntrica por no decir horrorosa y de aspecto peligroso.
La mano ya venia pesada para cuando J.P. y la banda empezaron a tomar descontroladamente todo tipo de bebidas blancas. Primero con jugo de frutas y garotas, luego solas y Garotos.
Allí la merca hizo su entrada triunfal y Loreta, ni lenta ni perezosa, se tomo el palo un par de días antes de lo planeado.
Él apareció una vez, pero no hubo onda y en otra ocasión le mando una postal de Montreal, una de esas con varias imágenes juntas de la ciudad nocturna, un horror.
Pero fue suficiente para dar pie a la gran novela del caballero andante para sus amigas, cuando reanudaron finalmente sus encuentros, a mediados de Marzo.
Entre las clases, el laburo y su sofisticado romance, llenaba su vida y sus charlas con las chicas siempre daban un nuevo e inesperado rumbo a la historia, que se construía así, sobre la marcha, como la vida.
A medida que paso el tiempo J.P. era mejor fotógrafo y por que no camarógrafo a punto de ingresar en la CNN, su aliento olía a café recién hecho en lugar de alcohol, y era el impulsor anónimo de campañas anti-droga. La amaba tanto que no soportaba la vida sin ella y por eso Loreta debía volver temprano a casa a la espera de su llamada diaria.
Con una y otra cosa las reuniones con el grupo de los jueves se fueron haciendo más cortas y espaciadas. Jean Pierre había recuperado su nombre completo y empezaba a ocupar casi todo su pensamiento.
Lo extrañaba terriblemente, su mente no podía alejar ni por un momento esa mirada azul profundo, casi no comía, se le caía el pelo y no podía sincronizar el paso de baile ni memorizar canciones, ni limpiar la casa, ni lavar la ropa... La realidad y la fantasía se entremezclaban desordenadamente y sin control.
Loreta entendía que la situación había escapado a su control y sin control no tenia vida. Para recuperar su vida, J.P. debía desaparecer.
Pero como hacer desaparecer a quien no esta, una relación que no existe. ¡Maten al fantasma! Claro, si lo encuentran. En fin, su J.P. debía morir de cualquier manera.
Era una muerte ficticia, de un amante ficticio, para una relación ficticia, lo cual no
tenia nada de malo en sí mismo.
Pero su corazón se negaba a dar muerte a lo que su razón le dictaba. Así era como Jean Pierre moría y resucitaba continuamente.
De pronto sucedió algo inusitado. Alguien voló un avión atestado de pasajeros apenas despego del aeropuerto de NY, y allí cayó al mar sin un solo sobreviviente.
La tragedia fue muy shoqueante ya que USA se preparaba para las Olimpiadas del ‘96, y un ataque presumiblemente terrorista no estaba en los planes de su gente.
El avión se dirigía a Francia y el pasaje en su mayoría eran europeos o americanos que iban a visitar parientes, era horrible, pero un canadiense francés encajaba perfecto.
Loreta lo puso entre los desaparecidos y sus amigas no la dejaron ni un momento sola, acompañándola en su dolor.
El tiempo pasó, la rutina volvió, la vida de las chicas retomo su ritmo y Loreta volvió a la carga como sí tal cosa.
Se sentía tan aliviada de no tener que seguir inventando historias que su baile se recuperaba vertiginosamente, su voz recuperó su fuerza y tono. Pudo volver a su trabajo en el Pub y a pasarla bastante bien.
Pero llegó diciembre y con él aquel profundo vacío que deja en el alma un amor perdido.
Buenos Aires palideció, las chicas se esparcieron y la melancolía se apodero de Loreta.
Encontró consuelo en sus amigos de la adolescencia, los poetas románticos, Becquer, Rubén Darío, Amado Nervo, Alfonsina Storni, Sor Juana Inés de la Cruz, Neruda, y algún par más que no recuerdo.
Ellos mitigaron su dolor acompañándola en las noches hasta las primeras luces del amanecer, cuando agotada de llorar caía sin fuerzas por ahí, donde el cansancio y el sueño inquieto la encontrara.
Pidió, de nuevo, un permiso en el laburo, total si la rajaban ya no le importaba. En el conservatorio tenia vacaciones y la profesora de canto siempre suspendía por el verano, para ir a visitar a su familia a San Juan.
Loreta se dejo invadir por esa dulce y adormecedora melancolía, dejo de salir porque se sentía desganada y dejó de comer porque se terminó la comida. Se alimentaba de poemas y de lágrimas.
Fue entonces cuando comprendió que era inevitable que se reuniera con su bienamado. Pero una unión cósmica, en el plano astral, donde las almas se funden en un batir de alas.
La idea la animó, se levanto de su letargo y preparo un bolso. Fue a Constitución, tomo un tren y se bajo en Mar del Plata.
Tomo un taxi hasta la playa y comenzó a caminar entre la gente hacia el norte.
Se baño, se seco, paso el día... y al anochecer Loreta pudo llorar tranquila mirando al mar.
Finalmente se levanto, con elegancia y con paso firme, esas jóvenes piernas de bailarina la condujeron al mar. Bailando con las olas, cantando “... te vas Alfonsina con tu soledad... que poemas nuevos fuiste a buscar… “ y perdiéndose en el horizonte, se reunió al fin, con su amado…
Graciela Mariani
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