Escribir ficción es un hobby para mi, lo hago esporádicamente y cuando puedo o cuando alguna idea se me transforma en algo tan obsesivo que debo plasmarlo en el papel.

Es cierto que a veces escribo en Word, pero han sido mas las veces en que escribo en cuadernitos pequeños y fácilmente manejables con lapicera de gel negro...

Cariños especiales a todos y mil gracias por visitar mi imaginario.

escritos de papel y lapicera

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viernes, octubre 28, 2011

La ultima huelga de los basureros - Bernardo Kordon (1915-2002)

El hecho se produjo en la mañana del 22 de diciembre. El camión Dodge unidad Nº 207 de la Dirección General de Limpieza se encontraba en plena labor por la calle Arenales. Su equipo de cuatro peones se distribuía a razón de dos hombres por acera. El vehículo estaba detenido en el centro de la calzada y este detalle provocó la protesta de Isidoro Camuso, industrial de 45 años, que conducía su Valiant chapa 597.905 de la ciudad de Buenos Aires.

Isidoro Camuso hizo sonar repetidas veces la bocina para exigir que el camión le cediera el paso. Su conductor asomó la cabeza por la cabina y echó una mirada distraída al irritado automovilista, sin mover una sola pulgada su pesado vehículo. Justamente en ese instante los recolectores transportaban los enormes tachos pertenecientes a los edificios señalados por los números 1856, 1858, 1845 y 1849 de la calle Arenales, que no cuentan con sistemas de incineración de residuos. Si hemos señalado que el conductor detuvo el camión en medio de la calzada, obstruyendo el paso al tráfico y se mostró impasible a los requerimientos del automovilista demorado, debemos por otra parte considerar algunas normas de principios laborales. En medio de la calzada el camión se mantiene a igual distancia de los peones que trabajan en cada acera, detalle de importancia cuando se considera que los tachos de basura son tan pesados como molestos de cargar. Por supuesto, nunca un conductor de camión recolector de basura explica ésta u otras razones a los automovilistas impacientes, limitándose a echarles indiferentes miradas desde una cabina que los eleva unos cuatro metros del suelo. Y no por habitual esta conducta dejó de irritar a Isidoro Camuso. A los toques de bocina agregó varios improperios y puso en marcha su automóvil, resuelto a todo. 

Al finalizar el año aumentan la temperatura ambiente y la tensión nerviosa en Buenos Aires. Esto se produce en todos los niveles y en cada individuo. Los peones de limpieza aún no habían recibido el aguinaldo y corría el rumor sindical de que la administración ni siquiera contemplaba la posibilidad de pagárselo ese año. En cuanto al industrial Camuso, proyectaba entrevistarse ese mismo día con varias entidades bancarias para solicitar los créditos que le permitieran pagar los aguinaldos de los obreros que amenazaban ocupar su fábrica. Dominado por tales preocupaciones, probó una maniobra desesperada. Giró al máximo el volante, subió el cordón de la vereda con las dos ruedas laterales y de este modo logró pasar al lado del camión detenido. Pero antes de proseguir la marcha, el industrial Camuso no resistió a la tentación de cantarle algunas verdades al camionero. Asomó la cabeza por la ventanilla y gritó:

 –¡Basuras! ¡Tendrían que ir adentro del camión!

El hombre de la cabina no tenía tiempo de reaccionar ni podía perseguirlo con su pesado camión. Todo estaba bien calculado por el irritado automovilista. Lástima que en ese instante apareció un peón que cargaba un tacho de basura sobre la cabeza. Con un leve y preciso movimiento de brazos, igual al de un basquetbolista, introdujo el repleto recipiente en el Valiant a través del ventanal trasero.

Isidoro Camuso sintió el estrépito del vidrio y de inmediato pensó: lo paga el seguro. Pero al girar la cabeza comprobó algo que escapaba a toda posibilidad de indemnización. El honor no tiene precio y el industrial se vio vejado en el símbolo de su prestigio social. Un tacho de basura desparramado en el flamante tapizado. El hedor de humillación y muerte llenó su coche y le desgarró el corazón. Detuvo el motor y saltó del coche para encarar al culpable. Éste era un hombre joven e impresionantemente musculoso El industrial no se dejó intimidar por este detalle. Lo haría arrestar. Iba a enseñarle a ese animal. Aunque le costara la mañana entera o todo el día. Pero el tipo que le arrojó el tacho de basura se mostró increíblemente astuto. Agrandó los ojos con gestos de inocencia y abrió los brazos para deplorar:

–Perdone, don. Se resbaló el tacho. ¡Qué macana!

–Llamó a sus compañeros:

 –¡Vengan muchachos, que aquí pasó un accidente! –

Camuso se vio rodeado de cuatro gigantes con ojos resueltos y bocas sarcásticas. Sintió tanto pavor como odio. Volvió a meterse en su coche, pero las carcajadas de esos hombres fueron tan insoportables como si le inyectaran un ácido en el cerebro. Retiró el revólver de la guantera y nuevamente salió del coche para encarar a los peones. Disparó al que le había tirado el tacho. Lo vio caer como si resbalara en el suelo y después nada más. Isidoro Camuso fue derribado y pisoteado. Le machacaron la cabeza con un tacho de basura. Después subieron al joven herido en la cabina y arrojaron el cuerpo de Camuso en la caja trasera. El conductor hizo funcionar la paleta prensadora y el camión basurero engulló al industrial Camuso. La policía fue alertada. Un radio patrulla desembocó a toda velocidad por la avenida Belgrano y persiguió al camión basurero que huía hacia el sur por la calle Combate de los Pozos. A la altura de la avenida Independencia los policías lograron adelantarse al camión. En el cruce de la avenida San Juan el auto patrullero se atravesó para cortarle el paso, pero el camión ni siquiera aminoró su velocidad. Los testigos declararon que, en vez de frenar, el Dodge aceleró para embestir con mayor fuerza al coche policial. De sus planchas retorcidas se retiraron tres cadáveres y un herido grave. El camión siguió corriendo rumbo al sur, y otros patrulleros fueron lanzados en su persecución. Dos coches policiales lograron alcanzar el camión en fuga y abrieron fuego con pistolas y metralletas. Se produjeron cuatro muertos (entre los transeúntes), pero protegido por su estructura de acero el camión prosiguió su carrera. Se extendió entonces el rumor que por razones políticas y sindicales había orden de detener o balear a todos los basureros. Inmediatamente la noticia fue divulgada por una radio uruguaya y todos los camiones recolectores de basura que se encontraban en las calles de Buenos Aires se dirigieron apresuradamente hacia los basurales del sur. Veinte, cincuenta, trescientos camiones basureros llegaron de toda la ciudad. Llenando el ancho de la avenida Alcorta se hicieron fuertes en el estadio del Club Huracán, en los basurales vecinos y alrededor del gasómetro que eleva su mole sombría en el barrio Patricios. Ya los patrulleros no se animaron a acercarse a los camioneros, que se mantenían en formación de combate, con los motores en marcha y dispuestos a embestir con sus poderosos blindajes, mientras una reunión de delegados obreros de la Dirección General de Limpieza declaraba que el gremio fue injustamente baleado, primero por un oligarca y después por la policía, resolviendo en consecuencia la huelga por tiempo indeterminado. Reunidas a su vez las autoridades municipales, se escuchó al Intendente. Guiñando el ojo en dirección a los representantes de la prensa aseguró que lo más inteligente es dejar pasar estos días de fiesta y mientras tanto “que se pudra la huelga”.

Transcurrieron los días de año nuevo, que como es sabido en Buenos Aires se festejan comiendo a rajacincha. En todas las esquinas se levantaron montículos con las sobras de las fiestas. Se ordenó encenderles fuego, pero resultaron fogatas fallidas, que en vez de arder arrojaron un espeso humo rastrero que apestó peor que los residuos. Revelose así la calidad indestructible de la basura de Buenos Aires, como también su curiosa propiedad de aumentar en proporción geométrica. Entonces las alarmadas autoridades municipales corrieron a consultar a las Fuerzas Armadas. El ejército se negó a recoger la basura por estimar que eso era labor exclusiva de los civiles. Además, era del conocimiento público que se preparaba un golpe militar para los próximos meses: no era pues el momento indicado para adelantarse a sacar las tropas a la calle y menos en una tarea tan fatigosa como denigrante. Invitado a bombardear el reducto de basureros facciosos, el Comandante de las Fuerzas Aéreas hizo saber que la espesa humareda que cubría la ciudad imposibilitaba cualquier acción por el aire. En cuanto a los señores oficiales de la Marina de Guerra se encontraban de vacaciones en distintos balnearios y estancias del país.

A falta de fuerzas, las autoridades se vieron obligadas a recurrir a las leyes. Un decreto prohibió arrojar la basura en la puerta de calle, bajo pena de cárcel no redimible por multa. Pocas ocasiones hubo de aplicar esa ley, pues nadie arrojaba la basura frente a su casa, prefiriéndose siempre la puerta del vecino. La promulgación de medidas más rigurosas apenas si provocó una insólita consecuencia comercial: en pocos días se agotaron en los negocios los papeles floreados y las cintas de colores y demás artículos que sirven para envolver regalos. Todo el mundo salía de sus casas con cara de fiesta, cargando paquetes coquetos y canastillos primorosos. Invariablemente el contenido era el mismo: basura (enviada anónimamente o con nombres supuestos a amigos o familiares). En verdad nadie se quedaba con su propia basura, en cambio todos chapaleaban en la basura ajena. Ocurrió pues al revés de lo calculado por el Intendente: no fue la huelga sino la ciudad entera la que comenzó a podrirse. Resolviose entonces enviar a un funcionario a parlamentar con los basureros en huelga. A su vuelta aportó noticias nada tranquilizadoras. Los basureros ya no se consideraban tales. La zona ocupada por los huelguistas relucía de pura limpieza. En vez de ser como antes un basural en medio de la ciudad era una zona aséptica en medio del inmenso basural. Eran tantos los peones de limpieza congregados en ese sector, que la consciente aplicación de su profesión apenas les demandaba una hora al día. El resto del tiempo lo ocupaban en reflexionar.

–¿Quiere decir que ya se encuentran camino del arrepentimiento? –se ilusionó el intendente. 

–No lo parecen –respondió apenado el delegado.

–¿Informó a los huelguistas sobre el estado de la ciudad?

–Se mostraron poco sorprendidos. Dicen que ya habían observado en su trabajo que cada día la basura producía más basura, demasiada basura, y solamente basura. Ahora se niegan a recogerla. Dicen que ya es demasiado tarde.

Nous soummees foutues –exclamó el Secretario de Cultura, y luego de adjudicarse el Gran Premio de Poesía desapareció del Palacio, sumando a tantos males el desamparo espiritual de la comuna.

Después de tanta acumulación las montañas de residuos comenzaron a desmoronarse. Avanzaron por las calles como un aluvión, convirtiendo en basura todo aquello que atrapaban en su marcha, así fuese monumento, semáforo, transeúnte, inspector o cualquier otro objeto municipal. Los pobladores de Buenos Aires prefirieron no salir de sus casas, y si bien esto mereció largas y laudatorias editoriales sobre la recuperación de las sanas tradiciones hogareñas, la verdad es que desde entonces la basura comenzó a crecer tanto en los interiores como en las calles. Ambas corrientes se unían en puertas y ventanas con un siniestro sonido de deglución. Este beso de la basura anticipaba nuevos y crecientes ciclos de reproducción. Se prohibió la impresión de diarios y revistas, por entenderse que el papel impreso constituye siempre la parte más abultada de la basura, sin contar que como ya hemos visto servía de envoltorio y disimulo para el contrabando de residuos. Esta restricción a la libertad de prensa produjo una conmoción internacional y los telegramas de protestas del S.I.P. significaron toneladas de papeles que casi cubrieron el Palacio Municipal.

Fue cuando apareció ese viejo apenas cubierto con una sábana andrajosa. El vagabundo o profeta se empinó en lo alto de esa humeante montaña de basura y señaló hacia el oeste. Nunca se supo lo que dijo (en caso de haber dicho algo), pero entonces se formó una larga fila de retirantes que abandonaban la ciudad. Los encumbrados funcionarios que en señal de protesta se quemaron vivos (a la usanza de los bonzos vietnamitas) no lograron otra cosa que enriquecer con sus cadáveres la variedad de residuos y hedores, pero sin lograr detener con tales gestos el éxodo de los contribuyentes municipales.

Cuando en las afueras de la ciudad la caravana desfilaba frente a las torres radiotelefónicas, escucharon la última información oficial: “En plena etapa de recuperación económica, la población de la capital se ha lanzado alegremente en viaje de merecidas vacaciones...” La voz del locutor se quebró y finalmente se produjo un penoso silencio en el instante que la basura cubrió totalmente las torres de transmisión. Mareas viscosas confluían para volver a unirse en la vuelta redonda de la serpiente que se devora a sí misma. Sin comienzo ni fin brotaba la materia fundamental de la galaxia y el colibrí: trémula fuerza fosforescente sin pesantez engulló a la caravana de fugitivos y fue borrando el recuerdo de la ciudad. Y una llanura pura y desolada –tal como la soñaron los basureros en huelga– quedó a la espera de una nueva fundación de Buenos Aires.

Este cuento lo encuentra en:
Cuentos Regionales Argentinos 
Ediciones Calihue
ARGENTINA

El autor

Bernardo Kordon nació el 12 de noviembre de 1915. Escritor y periodista, es uno de los exponentes literarios de la década del 50. Sus relatos describen la problemática de la gran ciudad, Buenos Aires, protagonizada por quienes intentan sobrevivir a ella. Entre sus obras se destacan: Vuelta de Rocha (1936), Un horizonte de cemento (1940), La reina del Plata (1946) y Domingo en el río (1960). Con Historias de sobrevivientes (1983) ganó el primer Premio Municipal. Sus cuentos fueron traducidos al francés, inglés, alemán, ruso y chino. Murió el 2 de febrero de 2002

Fuentes: Ecoloquia, http://www.ecoloquia.com y Abanico: Revista de letras de la Biblioteca Nacional, http://www.abanico.org.ar

domingo, febrero 21, 2010

Cutting a long story short

Chapter One; My awakening

I was dreaming a long time ago now, after having a short talk to God; The Creator of the universe.
In my dream I saw a wondrous site like a church structure of stained glass. The church was positioned across the road on our neighbors property. The neighbors name was Dodds, Mr Dodds owned a earth moving contracting business and all his machinery was painted pink. His wife was a very beautiful blonde who had two Afghan dogs. Mr and Mrs Dodds lived in a beautiful newly built Spanish style house styled with many archers plastered in white swirls. The archers supported the roof above a walk way that led to the enclosed swimming pool toward the west end of the house. The house was perched rather than formed upon the knoll, but in time when the trees and gardens would grow the house would settle with the land. Only I would not see the transition, for God had another destiny for me to discover.

In my dream, instead of Mr Dodds Spanish house there was the church of stained glass! Gods House!! I could not see or understand how the stained glass was held aloft in such splendor as I stood beneath the gable roof looking upward in awe, and asked in my sleep to be shown more for I could not understand what structure held aloft such splendor. I found myself transported but not in bodily form within what appeared to be the walls of the structure which were narrow like a cavity wall as I would later come to understand, for at this time was was working in an office for Dulux Paints as a Marketing Officer and had little knowledge of architecture.

As a youngster I was good a drawing stuff and thought I might like to be an architect or better still an inventor or discover like that guy who flew a kite into a thunderstorm. But of course most of the important men in history who discovered things were from a privileged wealthy family and had time to ponder and look at the world and wonder.

I was from a working class family and though I thought I was smart, I also new that there were much smarter boys and girls than me. I new I was destined to a life of hard work and that higher education was beyond my intellectual ability. I was very good at playing chess and also good at mathematics, but my language comprehension and spelling was not so great. Rather poor actually! So I worked out an idea that I could design stuff and I could find my inspiration from nature. Nature was perfect at designing stuff.

The following night in my sleep I dreamed again something awful, like the end of the world burning in a great ball of fire. I woke with a great burden of responsibility, so great that I perspired profusely a puddle of water upon the kitchen table where I had collapsed upon the dining chair with my head upon my arms resting upon the table top.

Seemed to me that God had spoken to me in no uncertain terms that I must do whatever, like go seek and find. Could it be that God had chosen me to handle such great burden as to save the world from a burning hell!

For some nights after I experienced something a little scary and which I did not understand at that time. During the nights in my sleep I experienced an energy welling up through my body and bursting in an explosion out through the top of my head!! The explosion was intense and sometimes I was able to awake before the impending BOOM of power through my head and retain or alleviate the explosion of energy.

Hi Graciela

Duncan
white.duncan@rocketmail.com

martes, enero 19, 2010

La adoptada

Elena y yo concurríamos al mismo taller de artes plásticas.

Cuando la conocí me impactó su elegancia y buen gusto, era una mujer verdaderamente fina y delicada, todo en ella era sublime, hasta el más mínimo detalle.

Verdaderamente era un placer mirarla, aunque no era bella, pero de facciones delicadas y regulares, sabía bien como destacar sus partes atractivas y transformarlas en cautivantes.

A mí me cautivo desde el primer momento, con sus anteojos de Giorgio de Beverly Hills, sus pañuelos de Hermes y zapatos de Magli..., una verdadera “Prima Donna”.

El segundo año en que coincidimos en la clase de Historia del Arte, comenzamos a intimar, a tomarnos un café o un té, luego del taller y un día, improvisamente, hablando yo de mi familia, me contó que era adoptada, que amaba a sus padres y que ellos vivían en su casa.

La historia era compleja y escalofriante, la supe por ella y mas tarde otros aspectos me los contó su madre adoptiva.

Elena tuvo una infancia feliz y una adolescencia normal, se hacia las preguntas típicas de todo adolescente: si realmente me quieren, quien soy, para que vivo, seré adoptado o estos son mis verdaderos padres, etc., etc., etc...

El tema es que ella sí, había sido adoptada, y no paro de investigar el cómo, porque, cuando y donde.

Supo que su madre, quien no podía tener hijos, había acompañado a su cuñada a “La casa Cuna” (hogar para niños huérfanos), porque aquella tenia deseos de adoptar una beba de nueve meses que ya había visto y estaba un poco insegura de la decisión.

La beba no había sido adoptada hasta entonces, ya tenía nueve meses, pese a ser rubia de ojos claros y bellísima, dado que provenía de una paciente del Hospital Neuropsiquiátrico Borda, en fin una “loca”, y nadie quería arriesgarse a que arrastrara problemas genéticos.

La mujer en cuestión tampoco lo hizo, pero su cuñada, quien la había acompañado, sintió un afecto especial por esa criatura, regreso con su marido, la visitaron varias veces, la tuvieron en guarda y finalmente lograron su adopción legal.

Ellos habían sido los únicos padres que Elena había conocido y tenido en toda su vida.

Por mas que intentó, e indagó todo lo que descubrió que era de familia de inmigrantes húngaros que escaparon de las miserias de la segunda guerra, que tenía hermanos y que su madre había estado internada en varias oportunidades en el Borda, con severas depresiones producto del horror de la guerra, y que allí había dado a luz a dos niñas, una de ellas coincidía con su descripción.

Logró averiguar el apellido de la familia y hasta su última dirección, pero para cuando fue a buscarlos habían desaparecido sin dejar rastros.

Para aquel entonces ya había llegado el amor a su vida, además en manos de un descendiente de una de las familias más tradicionales de la Argentina, quienes ya no tenían gran fortuna, pero era un hombre refinado y culto y estaba perdidamente enamorado de ella.

Por ende se casó, tuvo cuatro hijos, el amor de sus padres y se olvidó del asunto, para siempre, por lo menos así lo pensó.

Luego de pasados casi veinte años de aquel suceso, trabajando como voluntaria en una prestigiosa Organización de Caridad, Las Damas Rosadas de San Isidro, y encontrándose en servicio, conoció a una Asistente Social con la que con el tiempo fue intimando y finalmente le contó su delicada historia.

Esta mujer se conmovió tanto por el relato de Elena, que se prometió no parar hasta lograr ubicar a su familia biológica.

Y así lo hizo y luego de mucho esfuerzo e influencias, lo logró.

Cuando Elena se encontró con las señas particulares de su familia, le temblaban las piernas y se sentía desvanecer y tardó un tiempo en tomar el coraje suficiente como para encontrarse con ellos.

La ocasión llegó, sus padres ya habían muerto, su madre loca, su padre de tristeza y en la miseria, la hermana que había nacido en el Borda antes que ella había sido dada en adopción, pero con conocimiento de la familia, quienes nunca perdieron contacto con ella, pero para cuando ella nació, era la quinta, su padre, agobiado por las circunstancias y ante el riesgo que no fuese suya, ni siquiera la reconoció.

A partir del contacto, debió romper el escepticismo de su autentica familia, quienes se negaban a creer en su parentesco.

Pero una tía sabía que ella existía... y por otro lado era idéntica a dos de sus hermanos y luego de varias entrevistas, la aceptaron.

La vida de esos tres hermanos había sido muy dura, con muchas responsabilidades y necesidades insatisfechas.

Ella en cambio había tenido una vida privilegiada, mimada por sus padres y luego por su marido y esos hermosos hijos; comprendió que se sentía muy a gusto consigo misma.

Por esto y por la ansiedad que su aparición provocó entre sus ellos, comprendió que el encuentro se había dado en mal momento.

Pronto se sintió acosada por su familia biológica, agobiada por las preguntas, culpable por su vida, como en deuda con ellos... y huyó.

Se mudó, cambio sus teléfonos y desde hacia un año, no los había vuelto a ver.

Tampoco sabía si los llamaría para volver a verlos algún día...


Autor:
Graciela Mariani viernes 14 de junio de 2002

El reencuentro

En cuanto entré al estudio de Nora ella me miró interrogante y dijo.

- ¿Y, cómo te fue?

- No puedo decir que estoy desconforme, mi vida siempre fue guiada por símbolos. Cuando hacía algo bien siempre recibí una respuesta, cuando tuve dudas se me han presentado de manera extrañamente marcadas dos opciones y cuando he hecho algo de mala fe, la vida, me ha quitado el doble. -

Hablé filosofando, todavía ensimismada en mis confusos pensamientos.

- ¿Contame que pasó cuando se encontraron? -

Ella conocía mi recurso de irme por las ramas y esta vez fue más concreta.

- Nada especial... Pensar que durante el tiempo en que habíamos estado juntos todo fue mágico, pero parece que luego con la distancia y el tiempo transcurrido, no sé algo pasó, hubo un cambio que no puedo precisar bien, pero aquel encanto desapareció.

- Fue como dice Neruda ‘... nosotros los de entonces, ya no somos los mismos...’

- Tal cual, fue así, era tan raro, yo no sabía bien si reír o llorar y me la pase riendo de nervios, como una estúpida.

Y lo sentía así, no tenía demasiadas explicaciones, hoy un gran amor y mañana solo el silencio, ese silencio que nace desde adentro y que duele profundamente, desgarra y arrasa con toda las sensaciones y sentimientos que se hayan tenido, alguna vez, para con el otro... Un vasto silencio que te deja desierto.

Quizás lo tendría que pensar en términos de una gran pasión, ya que yo no creo que en el amor haya desiertos, solo transformaciones, silencios transitorios.

- Es tan fácil confundir la pasión con el amor... lo que comienza como pasión no siempre termina convirtiéndose en amor, pero queremos que sea amor, porque... ¿quién se resiste a la pasión? -

Dije lejana y entonces pensé que, el amor es fácil de esquivar, difícil de lograr, se requiere mucho empeño, comprensión y una total entrega y abandono de todo egoísmo.

La pasión no tiene nada que ver con ello, es egoísta por naturaleza, es un estado ideal, como de encantamiento y de entrega a la lujuria...

- ¡La pasión esta tan lejos del amor! Pero de que es más seductora, no cabe duda. - Dijo Nora, como leyéndome el pensamiento.

- No entiendo como el amor pueda morir así, es inaudito, incomprensible, solo así, tan fácilmente, eso no puede ser amor. Decime que no. - dije, y la miré suplicante.

Ella me miró con cariño, sonrió y volvió a preguntar con tierna ansiedad:

- Pero hablame de él, que hizo de su vida, que le paso, ¿te contó algo, se casó, nuevamente? -.

- No lo supe exactamente, pero tuve indicios. -

Respondí distraída, absorta aun, en mis pensamientos.

- ¿Indicios? ¿Cómo indicios? -

Miré a Nora y sin pensarlo respondí:

- Si, indicios, algo me dio la certeza de que lo que había pasado era lo correcto, aun en contra de mi voluntad, sé que fue lo correcto. Yo había querido forzar la situación, no me resignaba a perder aquello que había tenido... si es que en verdad alguna vez lo tuve...

- Si, ya sé, la vieja historia de aferrarse a las cosas aunque no funcionen, a no resignarse a dejar ir el pasado. El desear volver a vivir las sensaciones que tuvimos, así nos lleve la vida. - Acotó Nora.

- Tenes razón, es así, yo lo sentí como un miedo al porvenir y un querer inmortalizar el momento, congelar lo vivido y no perderlo jamás... una falacia, - suspiré - ¡ah, debilidad humana! -

Nora calló un segundo, con la mirada perdida y como si estuviese muy lejos dijo a modo de verdad metafísica:

- Si, pero cuando la pesada mano de la vida nos sacude y nos arrastra lejos de todo lo antes conocido, cuando nos recuperamos del shock al que fuimos sometidos, todo cambia, es como si las luces se prendieran en nuestro interior, la energía nos invade y comenzamos a vivir la realidad profunda y pausadamente.

Y volviéndose hacia mí simpáticamente y con una amplia sonrisa, agregó:

- Son las maravillas de la vida, en el momento en que sentís que todo esta perdido, allí esta la luz, esa que te calienta y te guía, lo que aparece de manera simbólica que vos mencionaste al principio.

- Si, tenes razón, es como el esquí, viste que cuando tenes miedo y queres detenerte te caes, te tropezas, pareces un dibujito animado; en cambio cuando te dejas llevar sin temor, bajas por la montaña como si fueses parte de ella, perteneces a ella y lo que sentís es lo mas maravilloso del mundo. - Dije como para mí, un tanto floridamente.

- Positivo el reencuentro, entonces. - Dijo Nora.

- La verdad, muy positivo, sí. - Respondí con certeza.

- Bien esto se merece un rico capuchino, vamos a prepararlos, dale.

Me levante y seguí a Nora a la cocina, ya sabia que iba a batir la leche, hacer el café exprés y a ponerle canela y unas gotas de esencia de vainilla, con chocolate no nos gustaba... además debíamos cuidar nuestra silueta...

Después de todo quien sabe, el amor puede estar esperándonos a la vuelta de la esquina.

FIN

Graciela Mariani - 16 de junio de 2002

Laburo extra

Desde que entró a ese hotelucho de mala muerte cerca de la Av. De Mayo, sintió que todo olía a muerte, parecía humedad, suciedad, vejez, pero en realidad olía a muerte.

La habitación del segundo piso, que le dieron, olía más a muerte que ningún otro lado, solo le faltaban los gladiolos en lugar de esas mugrosas flores de plástico.

Él estaba mal, ya lo sabía, venia mal desde que huía de esos tipos con los que se había metido a hacer un laburo extra.

Desde que trabajaba en el Bingo lo habían estado buscando y cargoseando, finalmente pensó que total, no le hacia mal a nadie y unos mangos extras le venían más que bien en esta época de malaria.

Total solo tenía que entregar unos paquetitos de merca en unos cuantos hoteles de lujo, llenos de yankees putos y minas trolas, que se murieran, a el que le importaba.

Dejaba el paquete, cobraba lo mangos y se olvidaba hasta la siguiente entrega...

Por unos cuantos meses había ido todo bien, pero él ultimo tiempo le pareció que la mano venia pesada, tal ves los mula eran piezas de recambio, como no sabia, se escondió y listo.

Pero se sentía muy paranoico, todos le parecían sospechosos, pero seguro que solo era su imaginación, solo estaba asustado, pensaba que probablemente los tipos no se quedaran tan tranquilos si alguno se las tomaba, como él.

Era el precio de lo que había hecho, después de todo había ahorrado algo de tosca y en verdes en Uruguay, nada de ‘corralito’, corralito: las pelotas, eso era para los boludos.

Sintió hambre y cuando miro el reloj ya eran las diez de la noche, se empilchó para ir a comer algo.

Después de comer se metió en uno de esos bares con minas, a chupar algo.

Se tomo dos Old Smugler dobles al hilo y se engancho una mina, una que no estaba nada mal y que lo había mirado bastante, creyó que se la había levantado.

La mina tomo cerveza, él siguió con lo mismo de antes.

La cosa vino bien y se la llevo al telo en que estaba y otra vez al entrar en su habitación sintió ese rancio olor a muerte, ya no le dió bola.

Parecía que la mina venia bien, saco del bolso una botella chica de ginebra, sirvió en un vaso para ella y el tomo de la botella.

Estaban en lo mejor de la cosa cuando sintió un dolor punzante en la nuca, después de ello perdió el conocimiento.

La mujer se vistió, tomo un trago de ginebra, limpio con cuidado todo lo que pudiera tener sus huellas, reviso bien y hecho una ultima ojeada a la escena, todo estaba perfecto, el tipo muerto con la botella al lado, de película.

Ella se fue con la satisfacción que da un trabajo bien hecho.

Graciela Mariani
Vicente López 2002

Catarsis

El lugar, la casa de mi tía abuela Delfina, en San Isidro. La ocasión, un sábado cualquiera, de mi tardía adolescencia, a la tarde. La compañía, mi inseparable amiga María. La bebida, gin tonic sin Gin. El tema, la inmortalidad hipotética de los bichos bolita.

María – decime algo -
Yo – algo -

María – no, algo como... diferente -
Yo – diferente -

María – no seas tonta -
Yo – ya sabes que soy tonta -

María – estúpida -
Yo – tarupida -

María – mequetrefa -
Yo – triglicefida -

María – bensodiacepina -
Yo – otorrinolarringólogo -

María – ornitorrinco -
Yo – ja, ja, habeas corpus -

María – ipso facto -
Yo – ad hoc -

María – vademécum -
Yo – animus domine -

María – amen -
Yo – no era para tanto -

María – creí que era la misa en latín -
Yo – o un programa de Menéndez con Monseñor Tirreno -

María – muy erudito -
Yo – de pito cortito -

María – me muero – riéndose – llueven enanitos... -
Yo – verdes o azules -
María – verdes los azules son Pitufos -
Yo – llueven Pitufos -

María – no, los Pitufos no llueven, crecen como hongos -
Yo – mas allá del bien y del mal -

María – mas allá de las siete colinas -
Yo – mas allá de los siete ríos -

María – mas allá de todo, oh, mas allá de todo... -
Yo – oh, abandonado... -

María – tan solo como el muelle en la laguna -
Yo – oh, abandonado -

Silencio
Yo – debe ser horrible morir como Alfonsina, ¿no? -

María – era Neruda -
Yo – ya sé pero la imagen me recordó a Alfonsina caminando hacia el mar, debía sentirse tan sola, tan abandonada, ¿no? -

María – supongo, es horrible ser tan genial y no poder disfrutarlo -
Yo – si, los genios son tristes -

María – tal vez, no quiero ser un genio -
Yo – no te preocupes que no sos un genio -

María – ah, gracias -
Yo – dígame licenciado -

María – licenciado -
Yo – gracias, muchas gracias -

María – en casa de herrero cuchillo de carnicero -
Yo – ja, en mi casa, yo -

María - ¿si? mirá que joda -
Yo – esas eran las de antes -

María – todo tiempo pasado fue mejor -
Yo – odas a la muerte de mi padre -

María – ¿de tu padre? -
Yo – no de su padre -

María – de quien ¿el padre? -
Yo – Manrique -

María – al que votaba mi abuela -
Yo – el abuelo de ese -

María – tal vez el tatarabuelo -
Yo – a la tía del tatara-tatarabuelo –

María – seguro, la que tenía bigote - y mirándome fijo dijo – ¡ella fue! -
Yo – que cosa –

María – la culpable de la muerte de María Antonieta -
Yo – no esa era la república -

María – mas bien la revolución, la república fue una farsa -
Yo – como los cagaron, ¿no? -

María - ¿a los reyes? -
Yo – si a los reyes magos -

María – belén, belén -
Yo – al pueblo -

María –que pueblo -
Yo – el francés -

María – si los re-cagaron -
Yo – como a nosotros -

María – si, también a nosotros nos cagaron... – dijo pensativa
Yo – ¿pensas en tu mama? -

María – si, ahora ya no creo que este viva -
Yo – que cagada, pero no lo creo posible -

María – sabías que la vieron en La Perla -
Yo – ¿cuando era chica en Mar del Plata? –

María – ¡ja! veraneando. En el Campo de Concentración La Perla, boluda -
Yo – ya sé, quise ponerle un poco de humor y me salió p’al culo -

María – alguien se lo contó a mi abuela -
Yo – quien, ¿sabés? -

María –no sé, uno que se apareció en la Sede -
Yo – ¿pero es de confiar? –

María – sabés que ellas los investigan hasta los huesos -
Yo – si, me imagino, debe haber cada loco -

María – bueno este era medio loco, pero por la tortura, eso dijo la abuela -
Yo – pobre tipo ¿cómo anda Abi? -

María – un poco mejor, tratando de hacerse a la idea aún, yo creo que esperaba encontrarla con vida -
Yo – ¿vos te acordas de ella? -

María – muy poco..., no se, creo que no -
Yo – que joda -

María – no sé, para mí la tía Ali es mi mamá, y la amo -
Yo – debe ser raro tener dos madres -

María – no sé, ella nunca se casó para cuidarme, para mí tuve una sola... -
Yo – que garrón -

María – supongo -
Yo – también fue una forma de mantener cerca a su hermana -

María – eso creo ¡pero a mí me ama igual! -
Yo – que dulce -

María – si, yo la quiero mucho -
Yo – si yo también la quiero mucho, ¿te acordas cuando nos hacia torrejas? -

María – si, ¡que empalagosas! -
Yo – eran buenísimas -

María – y empalagosas -
Yo – si, la cuarta era empalagosa -

María – ¡gorda! ¿te llegabas a comer cuatro? -
Yo – no creo, eran demasiado empalagosas -

María – si, empalagosísimas -
Yo – que asco, ¡quiero torrejas!

María – ¡hagámoslas! -
Yo – mucho lío -

María – si, mucho lío -
Yo – ¿otro bombón? -

María – dale, uno de licor -
Yo – no uno de marroc -

María – dátiles, eso quiero, dátiles -
Yo – vamos a la cocina, seguro que hay alguna lata en la despensa -

María – vamos -
Yo – adoro los dátiles -

María – yo también -
Yo – que bueno -

María - ¿de veras creés que Dios existe? -
Yo – claro -

María - ¿vamos a misa de siete? -
Yo – ¿habrá misa de siete aquí? -

María – supongo -
Yo – y bueno, vamos -

María – quiero romper algo -
Yo – ¿ahora? -

María – si, ¡ya! -
Yo –vamos al jardín a romper ramas secas -

María – ¡y hojas, hagamos catarsis! -
Yo – te quiero Mery -

María – yo también, Lú -
Puse una gran sonrisa
María – una gran catarsis ¡matemos las hojas secas! -
Yo – ¡reventemos babosas!

María – eso no es catarsis, es estupidez -
Yo – puede ser, pero es sano para el jardín -

María - ¿cómo vas a reventar babosas? se les pone veneno -
Yo – ¿y caracoles? esos hacen crac -

María – me dan pena los caracoles -
Yo – pero se comen las plantas -

María – y los franceses a ellos -
Yo – ¿los de la revolución? -

María – esos y los de ahora también -
Yo – que asco –

María – a mi me gustan -
Yo – no me extraña, sos un poco babosa -

María – ¡tu abuela! -
Yo – ella también -

María – ¡qué mala! -
Yo – no es joda, no sabes como mira a los potros por tele -

María – eso es sano -
Yo – si yo a los setenta también voy a mirar potros -

María – mirar... porque a esa edad otra cosa no te queda -
Yo – debe ser raro envejecer -

María – si horrible -
Yo – prefiero vivir vieja y no morir joven -

María – ¡qué frase, loca! -
Yo – me maté -

María – ¿te puedo citar? -
Yo – cuando quieras -

María – en mis memorias – dijo muy solemne
Yo – si en tus memorias – enfaticé yo

María – porque en mis memorias tan sarcásticamente -
Yo – es que yo me olvido de todo -

María – eso es lo bueno de “Las Memorias” decís lo que se te canta -
Yo – así si juego -

María – así juegan todos -
Yo – creo que si, ¿no seremos escépticas?

María – la vida es cruda – dijo en tono rimbombante
Yo – ahora te citaré yo - acoté

María – ¿en tus no-memorias? -
Yo – en esas mismas, las que inventaré -

María – como estrella de cine -
Yo – como príncipe heredero -

María – como jugador de tenis -
Yo – como pintor célebre -

María – como banquero ingles -
Yo – como astronauta yankee -

María – como puta fina -
Yo – como todos los narcisistas -

María – ya decía yo que eras un poco narcisista -
Yo – que te recontra -

María – boba -
Yo – ¡pisemos hojas secas!

María – ¡vamos!

Nos abrazamos y salimos al jardín.

Jamás se supo a ciencia cierta en donde estuvo la mamá de María, tampoco que fue lo que le paso o como murió... pero estamos seguros que murió.

Ahora esperamos que Estados Unidos abra sus archivos secretos sobre la Dictadura, como lo acaba de hacer con Chile.

Igual no creo que sirva de mucho.

Ese día, recuerdo, que saltamos como nunca sobre las hojas secas y riéndonos a carcajadas terminamos tiradas en los sillones de la galería. Hacía un frío de cagarse y nosotras chivando como locas.

Pienso que reírse con una amiga es la mejor de todas las catarsis.

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A los hijos de los desaparecidos a causa de la Dictadura Militar de 1974 a 1983 en la Argentina.

Graciela Mariani
Vicente López 2000

martes, noviembre 10, 2009

La mudanza

La noche anterior a la mudanza la casa era un verdadero caos.

Eduardo había trabajado como sin cesar las ultimas semanas y encima después del trabajo, para terminar de organizar todas las cosas que Teresa no sabia, o no podía, estaba realmente agotado.

Teresa no había tenido un minuto de descanso desde hacia varios meses y en los últimos días la presión se había incrementado creándole tensiones bastante dolorosas en las cervicales. Realmente era un manojo de nervios.

Los chicos estaban excitadísimos y saltaban y gritaban sin parar y el desorden reinante les había permitido bañarse a deshora, o no hacerlo... dormirse con el televisor prendido y cenar super tarde. Y todo eso mas el ajetreo y la ansiedad por el cambio de colegio, los mantenía inusualmente encendidos.

Los dos gatos corrían y saltaban por entre las cajas a medio cerrar y jugaban a las escondidas en los canastos de la ropa blanca y la perra ya había deshecho dos felpudos y un par de trapos para el piso.

La amiga que los iba a ayudar, se había enfermado muy inconvenientemente y en las ultimas semanas había acudidos muy pocas veces, por lo que Teresa había tenido que trabajar tiempo extra para la casa, la comida y para los chicos.

Ellos hubieran deseado contratar a una empresa grande y seria, pero los costos eran muy altos y no podían pagarlos.

Eduardo también hubiese deseado que Teresa y los chicos hubieran podido hacer el viaje en avión y ahorrarles a todos el garrón de los dos días de viaje que les esperaban hasta El Dorado, en Misiones, donde los aguardaba su destino.

El luego de mucho buscar había conseguido el puesto de Encargado de un Aserradero y si bien las condiciones no eran las optimas, la situación imperante en el país no daba para despreciar ninguna oportunidad.

Teresa era maestra y ya se había conectado con un par e escuelas de la zona, una era en la que había logrado inscribir a los chicos, ella estaba entusiasmada pero también muy asustada y no deseaba transmitirle su desesperación a sus hijos, ni sobrecargar de presiones a su ya tan desgastado marido.

El aserradero les daba una casita en el pueblo y una camioneta para uso de el, por lo que Teresa podría manejarse con el pequeño y antiguo autito que tenían.

Ante el hambre y la indigencia, todo lo demás parecía ser maravilloso.

La mañana siguiente amaneció con el cielo cubierto y promesas de chaparrones...
¡Solo eso les faltaba!

El camión de la mudanza era de un primo de un amigo de Eduardo, que debía hacer ese viaje ya que transportaba mercadería proveniente de la Triple Frontera, y al ir semi vacío les hacia la gauchada de llevarle las escuetas cosas con las que ellos contaban.

Llego como había prometido a las 6:30 de la mañana y recién para las 9 habían terminado de cargar todo.

Teresa y una vecina limpiaban detrás del desparramo a todo trapo y para las 10 habían podido entregar el departamento alquilado al administrador, quien les había descontado casi todo el deposito en, según el en reparaciones, pero tontas y sobrevaluadas... pero estaban tan hartos de pelear, que Eduardo discutió un par de puntos, logro recuperar algo y acto seguido montaron al auto y emprendieron viaje.

La noche la pasarían en un pueblo del norte de Corrientes, en donde les habían recomendado una posada y ya habían combinado con los dueños, para que los esperase y para ver si podrían pagarlo.

Si bien el auto tenia ya unos cuantos años, Eduardo se daba maña para mantenerlo en forma y andaba impecablemente bien.

Los chicos durmieron los primeros doscientos kilómetros y para cuando se despertaron, con un ataque de hambre, Teresa y Eduardo se habían tomado dos termos de mate y parte de un budín de los que había hecho para el viaje.

Teresa con gran esmero les dio de comer, pollo al horno, bocadillos de acelga, pan y un huevo duro para cada uno, de postre había llevado unas bananas y manzanas. Y se terminaron una de las dos botellas de jugo que había preparado.

La tarde fue tranquila, pararon para darle de comer a la perra, ir al baño y cargar gasoil.

Los gatos habían ido dentro de un gran canasto con su comida, agua y una fuente con aserrín y arena, para que hicieran sus necesidades, dentro del camión de la mudanza.

Antes del anochecer les pareció haber pasado al camión, pero no estaban seguros.

A la posada llegaron a media noche, era humilde pero limpia, durmieron profundamente, desayunaron con gran apetito, pan casero, leche y manteca de campo y mate cocido.
Fue un verdadero festín.

Don Ramón el dueño del lugar les hirvió agua caliente para los dos termos y les ayudo con la preparación de nuevos jugos y les dio pan, un pedazo de queso y una longaniza para el camino, cosas que dijo estaban incluidas en el precio de la habitación.

Ese segundo día se les hizo interminable, la perra estaba muy inquieta y despertaba continuamente a los chicos, los que terminaron estando más inquietos que la perra...

Y de pronto... el cartel que anunciaba - El Dorado, 70 Km. ¡Finalmente!

Parecieron los setenta kilómetros más largos de su vida y para cuando encontraron la casa ya eran como las siete de la tarde y el camión del Cholo estaba esperándolos, con bastante apuro.

La casa daba lastima, estaba bastante vieja y arruinada y para colmo tenia suciedad de años, pero tenia una galería posterior que miraba a un extenso terreno con pretensiones de jardín.

Tenía tres habitaciones, contando la cocina, y un baño.

Teresa limpio por encima la habitación del frente, para que allí pudieran descargar las cosas y mienta lo hacían se dedico a limpiar la otra habitación, que usarían esa noche de dormitorio y aunque más no fuera por encima la cocina para poner la mesa y el aparador.

Los gatos habían hecho estragos en el canasto, se los arreglo como pudo y los mantuvo allí dentro ya que estaban en estado de pánico.

Mientras tanto los chicos se revolcaban por la tierra en el patio junto con la perra que no paraba de correr.

Cuando el Cholo se fue, Teresa improvisó un a cena, lavó a los chicos y los metió en la cama. Y mientras ella arreglaba la cama para ellos, él acomodó un poco más los muebles y ordenó la cocina, prendió el calefón y lavó los platos.

Cuando terminaron, se abrazaron y besaron con profunda ternura...

Sacaron unas sillas a la galería, Eduardo llevó el vinito de la cena y los vasos, y así, uno junto al otro, bajo ese espléndido cielo estrellado, se sintieron más juntos y unidos que nunca...

Ambos tenían esa sensación de satisfacción que da el sentir que se ha tomado la decisión correcta.


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jueves 13 de junio de 2002, Vicente López
Graciela Mariani


miércoles, septiembre 24, 2008

Ingenuidad

El sol se escapa por un costado del gran edificio, y algunos rayos huidizos llegan hasta mi pieza desparramándose, dándole un color acaramelado a la madera del piso.

Abro la ventana y del otro lado del patio me llega el eco de un tango malevo, tan porteño que dan ganas de visitar al dueño de la voz, pero el murió antes de que yo naciera, en Medellín, y ¡cada vez canta mejor!

Bisagra, mi gato dorado, como los de las antiguas brujas, abrió un ojo y con gesto de aburrimiento volvió a cerrarlo, no le gusta que lo molesten, es un gato Zen.

El tango se desvanece dando lugar a un blues raro y al cerrar la ventana escucho el portero eléctrico.

Es Peter, mi romance actual, elijo un compact de Paul McCartney, para acompañar el ceremonial que se avecina.

Camino al baño tomo el body negro de gran escote y mangas largas, la pollera hindú que mamá odia y que me hace sentir libre como una gaviota, y la bombachita violeta de seda y lycra que me compre ayer. Me baño en Opium, porque hoy se me antoja, y suena el timbre.

No estoy lista, por supuesto, me dirijo a la puerta mientras me calzo la pollera y no encuentro zapatos que ponerme.

Pero al abrir la puerta la magia se apodera de mi universo.

Allí esta airoso y esbelto cual caballero andante, un Peter sonriente y magnífico. El pelo largo, sedoso y atado atrás a lo Highlander, un jean rotoso, una camisa de seda de tono indefinido (italiana supongo) y un sobretodo de pelo de camello ocre, tan inglés como el dulce de naranja.

En su mano derecha, sostenida como caja de Dom Perignon, veo un pack de agua mineral y en la izquierda un ramo de claveles blancos.

El sin duda alguna es realmente especial !!!!

-- Traje el drink -- su voz ronca me acaricia.

-- Veo, francés, supongo -- me hago la piola.

-- Claro es Evian -- dice abriendose camino como quien llega a su propia casa.

-- y a mi que se me terminó el paté trufado -- continúo disimulando mis deseos incontrolables de atacarlo ( sexual attack )

-- Pero cachorra, esto se toma con frutas y verduras frescas. Tal vez una zanahoria, unos tallos de apio, dos manzanas. -- me deshace esa voz de macho en celo.

-- ¿Y que tal tu pepino? -- digo cual vampira a la que le van creciendo los colmillos.

Peter se sonríe, toma dos copas altas y una botella del agua en cuestión, se me acerca muy despacio y me susurra -- Que dientes tan grandes tienes Abuelita ...--- se aleja dandome un piquito.

Elige cuidadosamente el lugar, da algunas vueltas como los perros buscando el punto exacto y se sienta en el mismo sillón de siempre, en el mismo lugar de siempre y en la misma pose de siempre.

Finalmente me mira y su mirada me penetra, es cálida y al mismo tiempo cargada de energía.

Me siento amada, nada me falta en ese instante, la plenitud me invade, me estremece y me confunde tanto que cuando tomo conciencia me encuentro en sus brazos, ronroneando como gata franelera.

El me acaricia y atrayendome hacia si dice -- ¡Que buena que estas flaquita! me encantan tus lolas y mucho mas cuando están todas paraditas como ahora.-- me mordisquea una oreja, me da vuelta, me mata.

Por unos minutos nos dejamos llevar por esa mezcla de pasión y romanticismo.

Peter toma un poco de agua y como quien sale de un trance dice -- Los claveles, señora, le traje la más pura ofrenda de amor del siglo pasado: claveles blancos, hay que ponerlos en agua.--

-- Cierto -- dije levantándome y voy lentamente a buscar las flores que habían quedado sobre la mesada, busco un vaso largo y angosto de cristal, tiro los helechos y hojas y coloco los claveles, que allí dentro parecen más altos y más esbeltos de lo que son, los ubico en un ángulo de la gran mesa cuadrada del living.

--Traje algo más -- dice Peter, sacando un paquetito plateado de un bolsillo.

-- Que es, una china? -- dije buscando mi caja de porro.
-- Frío, frío, frío.

-- No me digas que... -- me interrumpe: --Si, son dos gramitos para unos nevados.-- Estos son una mezcla de porro y coca, pero no se como se arman, ni en que proporción. Además, Peter sabía que yo no consumía merca y que me producían horror los nevados ya que siempre pensaba que me iban a crear adicción. Su actitud me molestó, pero estaba tan caliente que pensaba con dificultad, o mejor dicho no quería pensar, y sentándome en el otro lado me puse a armar un porro para mi en el más absoluto silencio.

Peter se acerco a buscar yerba y papel y volvió a su lugar y se puso a armarse un nevado mientras tarareaba Pipes of Peace, y sorbeteaba su agüita.

Al terminar, con su mano en la actitud del pensador de Rodin, me mira con un dejo de soberbia, como quien dice yo hago lo que quiero, te guste o no.

Yo busco mi pituquera de marfil tallado y el me alcanza fuego rápidamente, nuestras miradas se encuentran unos instantes y nos echamos a reír a carcajadas.

-- Está bien pero le doy un toque y basta --

-- Que toque? Es un nevado no una raya -- dice riéndose de mi ignorancia.

-- Vos sabes a que me refiero, una pitada, pero nada más. -- lo miro y pienso seriamente en lo poco que sé de él, pero me copa tanto.

Y coger con él es perfecto, por lo menos por ahora, y al final que más hay en la vida que el aquí y ahora. El ayer se fue y el mañana es un tal vez.
Como en cámara lenta pasamos por el fumo, la franela, tirando la ropa por allí buscamos el cajón de los forros y sexeamos una y otra vez, parecen horas, pierdo la noción del tiempo, pero veo que la oscuridad nos rodea.

Tanteo los fósforos y comienzo a prender velas y lámparas de aceite.

Todo me cuesta un gran esfuerzo ya que tengo un mambo único y un agotamiento que junto con el placer que dejó su cuerpo en el mío, me siento en alfa sin hacer esfuerzo.

Voy al baño y sigo prendiendo velas, el piso esta ondulado y el espejo me devuelve una imagen borrosa de lo que pienso que soy.

Suena el portero, escucho que Peter atiende, pero no tengo fuerzas para surgir del inodoro.

Lleno la bañera y tiro adentro unas perlas de aceite de almendras, me preparo las toallas y la bata y empiezo a poner velas alrededor de la bañera, en la jabonera, el apoyamanos. Me parece oír voces pero el ruido del agua es estridente..

-- Amor, vino alguien?-- intento decir, pero no me sale muy bien, estoy en cámara lenta.

Veo luces en el living y a Peter hablando con un tipo robusto y bajo sin pelo, no veo bien pero parece que discuten, por dinero o por merca.

No me importa.
Cierro el agua y me meto en la bañera, el calor del agua me hace temblar de placer y sumerjo mi cabeza en ella.
Peter aparece de golpe y le digo -- Vení cachorrito conmigo, el agua esta calentita --

-- No puedo negra, tengo que irme por un rato, parece que Rafa tiene una minita que se le pasó de mambo. Me necesita. Nos hablamos. OK? --

Y se va, se va... como la barca.

Creo que sé que ya no vuelve. Hace un poco de fr'o. Siento la puerta de entrada cerrarse fuertemente. En realidad no me importa. Se fue.

Abro el agua caliente antes de congelarme. Reflexiono un momento. Total no tiene llave.

“Jamas hay que darle las llaves a un desconocido.”

Entonces pienso en el tipo que vino, éste le tuvo que dar la dirección.

Que loco todo, lo de la minita era raro.

Siempre pensé que Peter tenía algo de dealer, ah' recordé lo del jarrón de Coppola.

Me agarra una persecuta que ni te cuento.

Tengo que hacer algo.

Me pongo la bata y hecho una ojeada al loft. Todo en orden. Pongo traba a la puerta.

Me hago un tilo, y armo otro porrito para la cama.

Nunca pero nunca jamás le tenés que dar la llave a alguien que no conoces. Esto es algo que me repito siempre, y siempre se lo digo a la gente.

¡Que locos están todos men! Pienso mientras suena el teléfono, yo odio el teléfono, voy a dejar que conteste el contestador. Pero como la curiosidad es mas fuerte, me acerco a escuchar quien es. Luego de un largo silencio se escucho la voz de Peter que decía -- Cachorra, tengo algunos problemitas, pero para que te pongas contenta me voy a pasar unos días en tu casa hasta que la cosa se calme, gracias divina , sos una diosa, estaré por allí en dos o tres horas, no te asustes que esta todo OK, Chau. -- piiip

¡Coño! Esto no puede ser, estoy metida hasta las pelotas, me cagué en las patas y no pude ni responder. Al final que le puedo decir si no quiero que venga, una noche o dos que pasamos estuvo bien, pero quedar pegada quien sabe con que quilombo, no. No!

Yo me las tomo. ¿Pero a dónde voy? ¿Que hago con el gato? Miles de interrogantes se me abren mientras corro de un lado al otro sin el menor sentido, tan solo cambiando cosas de lugar. Se me acaba el tiempo y yo todavía con el pescado sin vender.

Qué joda!

Ya sé, me voy a lo de mamá, ahora la llamo. Corro al teléfono y cuando termino de marcar me doy cuenta que Peter sabe en que Country esta la casa de los viejos. Corto. No puedo ir.

Camino al vestidor agarro un bolso de mano, empiezo a meter algunas cosas, los jeans, unas remeras, medias (con dos pares basta), algo de abrigo. Ya sé. Me voy a Córdoba a un centro budista, tipo ashram, que esta perdido del mundo. Sin teléfono, ni TV, ni nada. Me puedo llevar a Bisagra, ya que el Negro me conoce bien y me deja tenerlo. El Negro es como la alma máter del centro, pero más en lo operativo, que en lo filosófico. Creo que la filosofía y el no son muy compatibles, pero es adorable.

Bien, ahora que metí todo en el auto, meto al gato en su jaulita y me las tomo.

Abro y cierro mil veces los cajones del escritorio, para no olvidarme nada. Tengo las tarjetas, la guita, los documentos, el movicom, la maquina de fotos, el set de tocador, el walkman y un toco de boludeces mas.

Meto a Bisagra en el auto, me siento, me abrocho el cinturón y cuando levanto la vista me encuentro con Peter parado frente a mí.

Me observa con su media sonrisa, desde la vereda. Ahora me muero. No me puedo hacer la boluda, tengo que inventar algo.

Le sonrío ampliamente y bajo mi vidrio al tiempo que digo -- Hola cielito --

-- Hola cachorra, te deje un mensaje. Lo escuchaste ? -- dijo dándome pie para pensar algo.

-- Si mi amor, lo que pasa es que mi hermano sufrió- un accidente esta madrugada. Volcó- con el auto y está con conmoción cerebral en una clínica de Rosario. Mamá me pidió- que fuera, lo siento bichito pero no te puedo dar bola, no te enojes. Si? -- digo

De un saque y con gran ingenuidad.
Me miró- un momento y dijo -- Te acompaño, no podes ir sola --

-- No! -- dije casi en un grito -- no podes, tengo que pasar por lo de los viejos. Se me hace tarde, lo siento. Chau, chau. -- y antes que pudiera reaccionar puse primera y arranqué.

Chau loco, no me quiero quedar pegada. No sé si me creyó o no, ya me da lo mismo.

Tengo tanto miedo que me tiemblan las manos cuando meto los cambios. Respiro profundo, empiezo con respiración rítmica. Uno, dos, tres, cuatro y exhalo.

Me va a venir bien el aire de Córdoba, pienso mientras me fumo uno de los cigarritos, con un poco de porro en la punta, que me preparé para el viaje.

Ya me siento mejor. Pago el peaje. Paro y como algo en la autopista... Aquí vamos. Rumbo a la aventura, muchacha!

La vida me dió una oportunidad, no sé si tendré otra. No soporto a la gente que consume merca.

Los adictos son una lacra. Pienso mientras le tiro el puchito a San Tuca...
Para que nunca falte.

La Historia de Dafne

Me había casado muy joven, con un conocido de mi padre y algo menor que él, aunque bastante mayor que yo.

Rubén era un abogado solterón con ambiciones políticas, que me había cautivado con sus historias de viajes, tradiciones, museos y lugares exóticos.

No tenía necesidad de casarme, pero lo hice por el simple motivo de salir de mi casa.

Tarde descubrí que mi soledad y dependencia era aun mayor que la anterior. Mi marido era un ser taciturno, apegado a las tradiciones y extremadamente discriminatorio para con los que no consideraba a su altura.

Una tarde soleada de otoño, en que volvía caminando desde el gimnasio a nuestra casa ví a dos cachorritos, casi recién nacidos, abandonados en una esquina.

Pregunté en los alrededores si pertenecían a alguien, nadie sabía nada y previo paso por la Veterinaria para verificar su estado y comprarles el adecuado alimento, los llevé conmigo a casa.

Una vez allí, le di de comer, según las instrucciones del veterinario y les prepare un lugar caliente en el lavadero, dentro de un canasto con algunas mantas viejas, para que estuvieran y durmieran.

Eran dos hembras marrones mezcla de cualquier cosa, la más pequeña no sobrevivió y con tristeza la dimos al jardinero para que la enterrara, a la otra me la quedé y le puse de nombre Dafne, porque si, porque se me ocurrió.

Dafne durante esos primeros tiempos de mi matrimonio fue mi gran amiga y compañera. Ni bien Rubén se iba ella acudía a mí con alegría y me acompañaba a donde fuera.

Me pareció que a Rubén no le gustaron nada los cachorros, suponía que no encajaban en su mundo impecable y elegante, pero como no me dijo nada, yo seguí cuidando de mi pequeña perrita.

Ese verano me llevó en enero a Punta del Este, pero no me dejo que llevara a la perra, ya que íbamos a un Hotel de lujo en donde no permitían animales.

Nos quedamos casi todo el mes, aunque Rubén hizo unos cuantos viajes de negocios a Buenos Aires, pero eran de dos o tres días no más, para que yo no me sintiera demasiado sola.

Cuando volvimos Dafne no estaba, la persona que había quedado a cargo de la casa en nuestra ausencia, Carlota, dijo que había enfermado de repente y que había muerto, que el señor podría decírmelo ya que justamente él se encontraba en Buenos Aires, en aquel momento.

Yo me quede anonadada, Rubén me dijo que no me lo había contado para no estropearme mis vacaciones, pero que había ocurrido alrededor del 8 de enero y que su estado había sido muy grave y debieron sacrificarla.

La tristeza me invadió de tal manera, que me sumí en la más profunda melancolía y durante una semana no me levante ni siquiera de la cama.

Un día Rubén llego bien temprano a casa y me abrió de par en par las ventanas, para iluminar el cuarto con el sol de la tarde.

Se acerco a mí, me beso y cuando logro mi atención salió del cuarto, para volver a entrar de inmediato con una caja mediana en las manos.

Con ojos de picardía me dio la caja para que la abriera.

El cachorro de Yorkshire era diminuto y hermoso y sin pensarlo lo tome y apreté junto a mi pecho.

Le puse de nombre Abril, porque llegaba con la tristeza del otoño a mi vida y me quede con él.

Rubén me permitió llevarlo conmigo a todos lados, claro Abril era un perro elegante...

Desde ese momento supe que era importante no contradecir a mi marido, las cosas debían hacerse bajo su supervisión, de otro modo, tal vez, podría transformarse en un ser indeseable...

Yo tenía la certeza, de que la desaparición de Dafne, había sido obra de él.


FIN


Graciela Mariani
jueves 13 de junio de 2002

martes, diciembre 12, 2006

Ingenuidad


El sol se escapa por un costado del gran edificio, y algunos rayos huidizos llegan hasta mi pieza desparramándose, dándole un color acaramelado a la madera del piso.

Abro la ventana y del otro lado del patio me llega el eco de un tango malevo, tan porteño que dan ganas de visitar al dueño de la voz, pero el murió antes de que yo naciera, en Medellín, y ¡cada vez canta mejor!

Bisagra, mi gato dorado, como los de las antiguas brujas, abrió un ojo y con gesto de aburrimiento volvió a cerrarlo, no le gusta que lo molesten, es un gato Zen.

El tango se desvanece dando lugar a un blues raro y al cerrar la ventana escucho el portero eléctrico.

Es Peter, mi romance actual, elijo un compact de Paul McCartney, para acompañar el ceremonial que se avecina.

Camino al baño tomo el body negro de gran escote y mangas largas, la pollera hindú que mamá odia y que me hace sentir libre como una gaviota, y la bombachita violeta de seda y lycra que me compre ayer. Me baño en Opium, porque hoy se me antoja, y suena el timbre.

No estoy lista, por supuesto, me dirijo a la puerta mientras me calzo la pollera y no encuentro zapatos que ponerme.

Pero al abrir la puerta la magia se apodera de mi universo.

Allí esta airoso y esbelto cual caballero andante, un Peter sonriente y magnífico. El pelo largo, sedoso y atado atrás a lo Highlander, un jean rotoso, una camisa de seda de tono indefinido (italiana supongo) y un sobretodo de pelo de camello ocre, tan inglés como el dulce de naranja.

En su mano derecha, sostenida como caja de Dom Perignon, veo un pack de agua mineral y en la izquierda un ramo de claveles blancos.

El sin duda alguna es realmente especial !!!!

-- Traje el drink -- su voz ronca me acaricia.

-- Veo, francés, supongo -- me hago la piola.

-- Claro es Evian -- dice abriendose camino como quien llega a su propia casa.

-- y a mi que se me terminó el paté trufado -- continúo disimulando mis deseos incontrolables de atacarlo ( sexual attack )

-- Pero cachorra, esto se toma con frutas y verduras frescas. Tal vez una zanahoria, unos tallos de apio, dos manzanas. -- me deshace esa voz de macho en celo.

-- ¿Y que tal tu pepino? -- digo cual vampira a la que le van creciendo los colmillos.

Peter se sonríe, toma dos copas altas y una botella del agua en cuestión, se me acerca muy despacio y me susurra -- Que dientes tan grandes tienes Abuelita ...--- se aleja dandome un piquito.

Elige cuidadosamente el lugar, da algunas vueltas como los perros buscando el punto exacto y se sienta en el mismo sillón de siempre, en el mismo lugar de siempre y en la misma pose de siempre.

Finalmente me mira y su mirada me penetra, es cálida y al mismo tiempo cargada de energía.

Me siento amada, nada me falta en ese instante, la plenitud me invade, me estremece y me confunde tanto que cuando tomo conciencia me encuentro en sus brazos, ronroneando como gata franelera.

El me acaricia y atrayendome hacia si dice -- ¡Que buena que estas flaquita! me encantan tus lolas y mucho mas cuando están todas paraditas como ahora.-- me mordisquea una oreja, me da vuelta, me mata.

Por unos minutos nos dejamos llevar por esa mezcla de pasión y romanticismo.

Peter toma un poco de agua y como quien sale de un trance dice -- Los claveles, señora, le traje la más pura ofrenda de amor del siglo pasado: claveles blancos, hay que ponerlos en agua.--

-- Cierto -- dije levantándome y voy lentamente a buscar las flores que habían quedado sobre la mesada, busco un vaso largo y angosto de cristal, tiro los helechos y hojas y coloco los claveles, que allí dentro parecen más altos y más esbeltos de lo que son, los ubico en un ángulo de la gran mesa cuadrada del living.

--Traje algo más -- dice Peter, sacando un paquetito plateado de un bolsillo.

-- Que es, una china? -- dije buscando mi caja de porro.
-- Frío, frío, frío.

-- No me digas que... -- me interrumpe: --Si, son dos gramitos para unos nevados.-- Estos son una mezcla de porro y coca, pero no se como se arman, ni en que proporción. Además, Peter sabía que yo no consumía merca y que me producían horror los nevados ya que siempre pensaba que me iban a crear adicción. Su actitud me molestó, pero estaba tan caliente que pensaba con dificultad, o mejor dicho no quería pensar, y sentándome en el otro lado me puse a armar un porro para mi en el más absoluto silencio.

Peter se acerco a buscar yerba y papel y volvió a su lugar y se puso a armarse un nevado mientras tarareaba Pipes of Peace, y sorbeteaba su agüita.

Al terminar, con su mano en la actitud del pensador de Rodin, me mira con un dejo de soberbia, como quien dice yo hago lo que quiero, te guste o no.

Yo busco mi pituquera de marfil tallado y el me alcanza fuego rápidamente, nuestras miradas se encuentran unos instantes y nos echamos a reír a carcajadas.

-- Está bien pero le doy un toque y basta --

-- Que toque? Es un nevado no una raya -- dice riéndose de mi ignorancia.

-- Vos sabes a que me refiero, una pitada, pero nada más. -- lo miro y pienso seriamente en lo poco que sé de él, pero me copa tanto.

Y coger con él es perfecto, por lo menos por ahora, y al final que más hay en la vida que el aquí y ahora. El ayer se fue y el mañana es un tal vez.
Como en cámara lenta pasamos por el fumo, la franela, tirando la ropa por allí buscamos el cajón de los forros y sexeamos una y otra vez, parecen horas, pierdo la noción del tiempo, pero veo que la oscuridad nos rodea.

Tanteo los fósforos y comienzo a prender velas y lámparas de aceite.

Todo me cuesta un gran esfuerzo ya que tengo un mambo único y un agotamiento que junto con el placer que dejó su cuerpo en el mío, me siento en alfa sin hacer esfuerzo.

Voy al baño y sigo prendiendo velas, el piso esta ondulado y el espejo me devuelve una imagen borrosa de lo que pienso que soy.

Suena el portero, escucho que Peter atiende, pero no tengo fuerzas para surgir del inodoro.

Lleno la bañera y tiro adentro unas perlas de aceite de almendras, me preparo las toallas y la bata y empiezo a poner velas alrededor de la bañera, en la jabonera, el apoyamanos. Me parece oír voces pero el ruido del agua es estridente..

-- Amor, vino alguien?-- intento decir, pero no me sale muy bien, estoy en cámara lenta.

Veo luces en el living y a Peter hablando con un tipo robusto y bajo sin pelo, no veo bien pero parece que discuten, por dinero o por merca.

No me importa.
Cierro el agua y me meto en la bañera, el calor del agua me hace temblar de placer y sumerjo mi cabeza en ella.
Peter aparece de golpe y le digo -- Vení cachorrito conmigo, el agua esta calentita --

-- No puedo negra, tengo que irme por un rato, parece que Rafa tiene una minita que se le pasó de mambo. Me necesita. Nos hablamos. OK? --

Y se va, se va... como la barca.

Creo que sé que ya no vuelve. Hace un poco de fr'o. Siento la puerta de entrada cerrarse fuertemente. En realidad no me importa. Se fue.

Abro el agua caliente antes de congelarme. Reflexiono un momento. Total no tiene llave.

“Jamas hay que darle las llaves a un desconocido.”

Entonces pienso en el tipo que vino, éste le tuvo que dar la dirección.

Que loco todo, lo de la minita era raro.

Siempre pensé que Peter tenía algo de dealer, ah' recordé lo del jarrón de Coppola.

Me agarra una persecuta que ni te cuento.

Tengo que hacer algo.

Me pongo la bata y hecho una ojeada al loft. Todo en orden. Pongo traba a la puerta.

Me hago un tilo, y armo otro porrito para la cama.

Nunca pero nunca jamás le tenés que dar la llave a alguien que no conoces. Esto es algo que me repito siempre, y siempre se lo digo a la gente.

¡Que locos están todos men! Pienso mientras suena el teléfono, yo odio el teléfono, voy a dejar que conteste el contestador. Pero como la curiosidad es mas fuerte, me acerco a escuchar quien es. Luego de un largo silencio se escucho la voz de Peter que decía -- Cachorra, tengo algunos problemitas, pero para que te pongas contenta me voy a pasar unos días en tu casa hasta que la cosa se calme, gracias divina , sos una diosa, estaré por allí en dos o tres horas, no te asustes que esta todo OK, Chau. -- piiip

¡Coño! Esto no puede ser, estoy metida hasta las pelotas, me cagué en las patas y no pude ni responder. Al final que le puedo decir si no quiero que venga, una noche o dos que pasamos estuvo bien, pero quedar pegada quien sabe con que quilombo, no. No!

Yo me las tomo. ¿Pero a dónde voy? ¿Que hago con el gato? Miles de interrogantes se me abren mientras corro de un lado al otro sin el menor sentido, tan solo cambiando cosas de lugar. Se me acaba el tiempo y yo todavía con el pescado sin vender.

Qué joda!

Ya sé, me voy a lo de mamá, ahora la llamo. Corro al teléfono y cuando termino de marcar me doy cuenta que Peter sabe en que Country esta la casa de los viejos. Corto. No puedo ir.

Camino al vestidor agarro un bolso de mano, empiezo a meter algunas cosas, los jeans, unas remeras, medias (con dos pares basta), algo de abrigo. Ya sé. Me voy a Córdoba a un centro budista, tipo ashram, que esta perdido del mundo. Sin teléfono, ni TV, ni nada. Me puedo llevar a Bisagra, ya que el Negro me conoce bien y me deja tenerlo. El Negro es como la alma máter del centro, pero más en lo operativo, que en lo filosófico. Creo que la filosofía y el no son muy compatibles, pero es adorable.

Bien, ahora que metí todo en el auto, meto al gato en su jaulita y me las tomo.

Abro y cierro mil veces los cajones del escritorio, para no olvidarme nada. Tengo las tarjetas, la guita, los documentos, el movicom, la maquina de fotos, el set de tocador, el walkman y un toco de boludeces mas.

Meto a Bisagra en el auto, me siento, me abrocho el cinturón y cuando levanto la vista me encuentro con Peter parado frente a mí.

Me observa con su media sonrisa, desde la vereda. Ahora me muero. No me puedo hacer la boluda, tengo que inventar algo.

Le sonrío ampliamente y bajo mi vidrio al tiempo que digo -- Hola cielito --

-- Hola cachorra, te deje un mensaje. Lo escuchaste ? -- dijo dándome pie para pensar algo.

-- Si mi amor, lo que pasa es que mi hermano sufrió- un accidente esta madrugada. Volcó- con el auto y está con conmoción cerebral en una clínica de Rosario. Mamá me pidió- que fuera, lo siento bichito pero no te puedo dar bola, no te enojes. Si? -- digo

De un saque y con gran ingenuidad.
Me miró- un momento y dijo -- Te acompaño, no podes ir sola --

-- No! -- dije casi en un grito -- no podes, tengo que pasar por lo de los viejos. Se me hace tarde, lo siento. Chau, chau. -- y antes que pudiera reaccionar puse primera y arranqué.

Chau loco, no me quiero quedar pegada. No sé si me creyó o no, ya me da lo mismo.

Tengo tanto miedo que me tiemblan las manos cuando meto los cambios. Respiro profundo, empiezo con respiración rítmica. Uno, dos, tres, cuatro y exhalo.

Me va a venir bien el aire de Córdoba, pienso mientras me fumo uno de los cigarritos, con un poco de porro en la punta, que me preparé para el viaje.

Ya me siento mejor. Pago el peaje. Paro y como algo en la autopista... Aquí vamos. Rumbo a la aventura, muchacha!

La vida me dió una oportunidad, no sé si tendré otra. No soporto a la gente que consume merca.

Los adictos son una lacra. Pienso mientras le tiro el puchito a San Tuca...
Para que nunca falte.

miércoles, noviembre 22, 2006

Consecuencias del Machismo

-- Che, quedate que tengo que hablar con vos -- Dijo usando su ya habitual tono imperativo.

Yo no contesté, para que, igual no me escucharía. El quedarme no era una propuesta, era una orden y eso para él era un hecho.

Acabábamos de volver de unos de esos almuerzos de compromiso con otros dos matrimonios.

Todo había sido perfecto, el sol al mediodía parecía alquilado, mi mesa preferida en Lola y la comida exquisita. Como siempre, mousse de centolla, panache de legumbres y helado de limón, agua mineral sin gas y Dom Perignon.
La charla informal, trivial, en fin, lo justo para la ocasión... Gracias al cielo, la ambientación, la música, el delicado sabor de la comida y mis dos copitas de champagne, componían el perfecto equilibrio para tan patética y vulgar velada.

Ya había sido suficiente por un día, como para tener que afrontar otra de sus estúpidas disquisiciones, ordenes, o lo que sea que fuera, que esta vez se le antojara decirme.

De todos modos no tenía deseos de crear conflictos y mucho menos en ese momento en que estaba apunto de convencerlo de lo imperiosamente necesario de mi tratamiento revitalizante en esa clínica Suiza que el tanto admiraba.

No quería perderme ese mes sola en Europa por nada del mundo. Podría descansar, pintar, esquiar, escribirle a mis amigas, deambular solitariamente, o lo que fuera! Todo sin dar explicaciones.
Un placer inigualable!.

Estaba tan ensimismada con mis pensamientos que no lo vi cuando se acercaba con su cara de BMW último modelo y sexo haciendo juego.

-- Bueno, venite para el escritorio, espero una comunicación de Hong Kong en cualquier momento -- esputó poniendo esa media sonrisa ganadora.

-- Bien mi amor, por mi no te preocupes, estoy bien. Si querés espero que tengas tu conversación tranquilo y mientras te hago unos mimitos.-- dije melosamente y juro que tuve que hacer un gran esfuerzo para lograrlo.

-- No, no, estoy apurado -- y cuando no lo estaba? -- Tengo mucho trabajo, vení sentate que puedo hacer las dos cosas. No tengo tiempo para perder en boludeces --
“Será Justicia.”

Ya no lo soportaba más, era imbancable, insoportable, intolerable, pedante, petulante, soberbio, fanfarrón, grosero, mentecato, remilgoso, dueño de los ojos más lindos que he conocido y... mi marido.

Él hablaba, no sé que cuernos estaba diciendo respecto a que había estado callada en el almuerzo o algo así. Siempre se encargaba de encontrar defectos en mi conducta. Y está claro que el que busca, encuentra.

Tuve que soportar una perorata de una hora, saltaba de mi torpeza a su gran habilidad, de mi estupidez a su increíble destreza y sagacidad, de mi inclinación por gastar estúpidamente el dinero a sus brillantes inversiones, sus múltiples formas de ganarlo... y más aún...

Pero yo ya hacía tiempo que había desarrollado la técnica perfecta para ignorarlo, mientras fingía estar emocionalmente comprometida con sus palabras.

Lo nuestro era una farsa. Una parodia refinada, que iba desde fingir escuchar a fingir disfrutar de sus incansables programas y compromisos sociales y a actuar como una amante ardiente en la cama.

Demás esta decir que mi matrimonio era un fracaso.

Sabía que no podría seguir así por mucho más tiempo, la necesidad de tomar aire, de alejarme por un tiempo se hacía cada vez mas frecuente y tenía miedo que Roberto comenzara a sospechar que algo pasaba.

Pero en realidad su egocentrismo y vacío cerebral eran tan grandes, que no se molestaría en perder su valioso tiempo en pensar en mi, mas bien creo que nunca se le pasó por la mente el hecho de que yo, la simple sombra de su esbelta esfinge, el adornito que le pertenecía para usarlo, mostrarlo, gastarlo, etc., si, que yo, esa simple mujer a su servicio, pudiera llegar a engañarlo.

Sin embargo, así era. No lo hacia por amor, ni calentura, ni pasión o porque me importaran los sufrimientos del fulano. No me movía ninguna de esas cursilerías.

Tan solo me regocijaba el saber que con cada nueva relación que yo tuviera, al banana número Uno de Buenos Aires, le daban gato por liebre y se lo comía como un duque.

¡Pobre imbécil, cual pavo real amaestrado!.

Pero desgraciadamente al contrario de lo que yo suponía, mi odio y mi desprecio no se atenuaban, sino que aumentaban como espiral inflacionaria, y como no creía que el FMI me otorgara una moratoria, un stand by, o un aplazamiento de deuda... La solución era llamar a un comando mercenario para solucionar el problema; y para eso quien mejor que yo que venía aprendiendo el negocio de maravillas.

Había una sola salida, desaparecer. Pero eso me daba dos alternativas, desaparecer yo o hacerlo desaparecer a él.

Confieso que la sutil idea de hacerlo desaparecer no era la primera vez que aparecía en mis pensamientos. Es más, últimamente se había transformado en un entretenido juego recurrente.

El juego era complejo y refinado. Había desarrollado un sofisticado ejercicio mental que consistía en las ciento un (101) maneras de hacer desaparecer a Robin (nombre de batalla para Roberto, elegido ad hoc para este objetivo).

Robin era solo el blanco y las siete plagas de Egipto, los cuatro jinetes del Apocalipsis, la pérfida Gorgona, Corto Maltés e Indiana Jones juntos y la reencarnación de Merlin, eran poca cosa comparado con las peripecias y encrucijadas en que mi mente metía a Robin.
Laberintos sin salida, cámaras de tortura y el vudú más perverso tomaban forma día a día con más fuerza en mi cerebro.

Pero lo salvó el gong. Lo que Roberto estaba diciendo me llamo la atención.

--... y para cuando lograron sacar el auto de Ramiro del lago, su cuerpo ya no estaba, aún no lo encontraron. Te das cuenta, pobre Matilde... Vos tenés que ocuparte de ir a verla personalmente. No se le puede mandar algo, sería una grosería. Tampoco sería apropiado que fuese yo solo, ya sabes como son las minas, te ven solo y se te pegan como sanguijuelas, se ilusionan... Té acordas de aquella... --

¡Así que Ramiro desapareció!—. Así de fácil. Así de simple y tonto. Lo dieron por muerto. No puedo, no puedo creerlo. Que sea tan fácil, no puedo creerlo. !!!

En un tiempo más Matilde cobraría el seguro, ya que luego de continuas búsquedas y dragados sin resultado, lo declararían muerto.

Era muy difícil que alguien sobreviviera a las frías aguas del Nahuel Huapi, generalmente no destinan más de una semana en buscar.

Pensar que me lo había mencionado la última vez que estuvimos juntos. Pero yo pensé que era otra de sus fanfarronadas, no sé, algo para llamar la atención, como para hacerse el interesante.
Así que había resultado. ¡Que cosa!.

En fin, movida inesperada del partener. Ante esta nueva situación se amplían las alternativas de juego:
Nivel 1: Las 101 formas de encontrar un nuevo y discreto amante.

Nivel 2: Las 101 formas de hacer desaparecer a Susan (mi nombre de batalla) y reaparecer en otro lado, diferente y nueva.

Nivel 3: El siempre tan popular y conocido: Las 101 formas de hacer desaparecer definitivamente a Robin.

Es increíble, pero soy una verdadera sentimental, y con este último nivel me había encariñado demasiado.

Tanto, que dudaba que los otros dos llegaran a atraer realmente mi atención.-


Graciela Mariani

Belgrano 1996

Mujer Afortunada

Amaneció ese domingo a las dos de la tarde. El hueco entre las cortinas me mostró un cielo azul y radiante. Tantee el teléfono y marque el interno de la cocina.
-- Si me diga -- contesto Rogelia
-- Soy yo -- dije con voz áspera y gomosa.
Ella ya sabia que debía hacer. Se apareció al rato con la bandeja de mi usual desayuno, el diario y las tres revistas del día. Sabia que no debía hablarme a menos que se lo pidiera, no lo hizo y salió despacio, dejando tras de sí ese particular olor a cocina.
Primero tome el jugo de naranja y luego de desperezarme fui al baño. La cara que encontré en el espejo, después de lavarme los dientes, era la de una mujer hermosa de grandes ojos rasgados y piel de durazno.
La contemple con una mezcla de satisfacción y extrañeza ya que no era exactamente mi rostro, sino el producto de costosas cirugías, que bien habían valido la pena y el sacrificio.
El pijama de pantalón cortito y blusita de seda, que había usado para dormir dejaba entrever un cuerpo duro y cuidado, y el color salmón hacia resaltar con mayor intensidad la blancura de una piel sin sol.

A lo lejos se oía la voz de Lucila, mi hija del primer matrimonio, que puteaba a alguna mucama por algo, desde el solarium.

Ignacio, mi marido, habría ido a ver los caballos con Sebastián, su hijo mayor, porque tenían un partido por la tarde. Ayer habían comentado lo del partido, entre la tercer botella de champagne, los gin tonic y la blanca para seguir entero, esa era la gran joda.

No dormíamos juntos, el tenia su propio dormitorio en suite, en la planta baja, y no solía visitarme a menudo. En base a ese pacto nos habíamos casado, ninguno de los dos quería ser molestado, y el acuerdo nos beneficiaba a ambos.
Ignacio tenía ambiciones políticas. Él necesitaba una esposa para pasar por hombre de familia, yo necesitaba su dinero y protección.

Todo había funcionado bien hasta que llegó Antonio a nuestras vidas, mezcla de macho latino y niño desvalido, nuestro personal-trainer, nos había seducido a todos.

Él había triado la blanca María, caliente y fría, a nuestra casa.
La primera experiencia fue alucinante, nada, absolutamente nada en el mundo me había hecho sentir así, fue lo máximo. Máximo estado anímico, máxima potencia sexual, máximo todo.
Después, como animal salvaje, fue pidiendo más de mí y cada vez dándome menos. Aunque me sangrara la nariz, no podía vivir sin ella, el dolor de su ausencia se hacia insoportable.
Ya no importaban las joyas, los viajes exóticos, la ropa exclusiva. El dinero de Ignacio me podía dar mucho mas que todo eso: la más pura blanca jamás pensada.

La primera raya del día me dio ánimo para vestirme y bajar al bullicioso ambiente exterior.
Elegí un conjunto de satén color hueso, que tenia una especie de chaleco largo, estilo capa medieval. Cual princesa de cuento de hadas hice mi aparición en la galería de la barbacoa.

Había un pequeño gentío comiendo trocitos de salchicha criolla a la parrilla y tomando cerveza alemana en grandes copas alargadas.
El olor a carne asada me revolvía el estomago, me aleje camino al bar en busca de algo espirituoso, pedí que me llevaran una botella de Moet Chandon de una selección privada, y una tabla de quesos, a mi lugar privado lejos del ruido en una pérgola del otro lado de la gran pileta. Allí siempre estaba mi set de toallas y accesorios preparados junto a mi reposera relax, en el juego de ratán policromado.

Para la segunda botella, no había probado el queso e iba por la quinta raya, cuando Lucila vino a visitarme.

Era preciosa, su pelo rojizo brillaba al sol dándole un aspecto de fuego ardiente, sus ojos verdes parecía dos grandes esmeraldas con la luz del día y su boca era pequeña y perfecta. No había duda que Alejandro y yo nos habíamos esmerado mucho para gestarla, allí estaba el resultado de tanta practica. Lástima que también hablara.

Su perorata era una larga protesta contra alguna de las mucamas, algo tendría que ver los aullidos que había sentido cuando estaba en el baño.
--... mama, la tenes que echar, no solo revisa mis cosas, sino que es tan desagradable como aquella vieja que teníamos cuando era chica, la de cara de huevo y olor a mierda.-- decía con voz mañosa de hija malcriada.
-- Cariño, yo no tengo contacto con la servidumbre. Es Pascual, el administrador de Ignacio, el que se encarga de los contratos y despidos. Te sugiero que hables con él. --
-- Pero Ma, sabes que ese tipo no me gusta.-- protesto.
-- Mandale un e-mail.-- respondí inmutable.
-- No ves que con vos no se puede hablar. -- dijo enérgicamente y dándose media vuelta se alejo con pasos cortitos y saltarines.

Cuando caminaba así me hacia acordar a Alejando y no sabia si reír o llorar, nuestra vida en común había sido una mierda.

La mujer a la que Lucila hacia referencia en segundo termino, era una mucama por horas, que trabajaba en nuestra casa cuando ella era chica, vivíamos en San Telmo una vida rotosa y bohemia. No teníamos ni plata ni lugar para tener a alguien con cama, y esta pobre mujer llamada Adelina había caído como regalo del cielo.

Era de El dorado, en Misiones, pero ya hacia muchos años que vivía en Buenos Aires. Solía aparecerse cuando yo estaba enferma, fuera de sus horas de trabajo, para traerme un té o unas galletas. A cambio solía pedirme cada tanto usar el horno para preparar algo que llamaba Sopa paraguaya, que más que una sopa era una especie de torta hecha con harina de maíz y otras cosas.

Yo sabia que su aspecto dejaba mucho que desear, era desaliñada y sucia, usaba minifalda, a pesar de tener mas de sesenta, y unas uñas largas, con pintura violeta descascarada, que se limpiaba constantemente. El pelo teñido y escaso lo llevaba batido al estilo de los sesenta, y de los dientes mejor no acordarme.
Pero era buena, a su manera, y yo solía disfrutar de sus historias tan tórridas como floridas y tan lejanas a mi realidad como un cuento de Ray Bradbury.
había tenido un marido, allá en su pueblo, al que mataron a puñaladas cuando salía borracho de un bar. Para ella eso había sido un alivio, ya que solía golpearla. En una oportunidad hablando sobre chicos le pregunte si tenia hijos, me contó que había tenido uno pero que había muerto. En otra ocasión me confeso que estando ella a punto de dar a luz, su marido la había golpeado estando borracho, y estando ella tirada en el piso él le pateo reiteradamente la panza, el niño nació a termino pero medio muerto y según ella lo tiraron.

Se había venido a Buenos Aires con un camionero y se puso a buscar trabajo. Con los pesos que había triado pagaba una pensión de malamuerte, hasta que se quedo sin un mango. Tres días estuvo sin comer, durmiendo en una plaza, hasta que se levanto a un tipo que se la llevo a vivir con ella.
Eso había a sido mucho antes de trabajar en casa, ya que en ese momento vivía en el Padelai (vieja sede del Patronato de la Infancia), en Humberto I y Balcarce, tenia una de las pocas piezas con baño y una cocina con garrafa. No tenía gran privacidad, ya que del otro lado vivía un matrimonio con tres chicos, porque había sido una gran habitación, luego dividida por un muro de dos metros de alto, que lloraban y se peleaban constantemente. Por ella, le pagaba al que organizaba la cosa, unos sesenta pesos mensuales y el tipo la atendía bien porque Adelina era de las que pagaban siempre.
Era una mujer feliz, iba a bailar tango los domingos por la tarde, siempre tenia un hombre o dos, era libre, trabajaba, tenia su techo, su tv blanco y negro, que más.
Mujer afortunada, solía decirme que se sentía, como una gran confesión, entre mate y mate -- yo soy una mujer afortunada, no como mi vecina, o la otra que trabaja para el Negro. Yo no le doy cuentas a nadie, entiende. --
Yo en aquel entonces no entendía, para mí ella era un personaje pintoresco y con una vida muy trágica.

-- Su noble caballero parte para el mejor partido que se haya jugado en la historia, mi bella Dulcinea. -- dijo Ignacio, de punta en blanco vestido de polista, al darme un beso algo meloso.

Le desee suerte, lo vi partir, ya me sentía mal. Busque mi cajita de plata y me metí al baño para pegarme un toque. De allí al yacuzzi, me dolía todo el cuerpo y la nariz había comenzado a sangrarme.

A lo lejos la vi a Lucila charlando animadamente con unos amigos.

La imagen de Adelina, esa pobre mucama, volvió a mi mente y por un instante me pareció entender porque, a pesar de la miserable vida que llevaba, se sentía una mujer afortunada.



Graciela Mariani

1998