Me había casado muy joven, con un conocido de mi padre y algo menor que él, aunque bastante mayor que yo.
Rubén era un abogado solterón con ambiciones políticas, que me había cautivado con sus historias de viajes, tradiciones, museos y lugares exóticos.
No tenía necesidad de casarme, pero lo hice por el simple motivo de salir de mi casa.
Tarde descubrí que mi soledad y dependencia era aun mayor que la anterior. Mi marido era un ser taciturno, apegado a las tradiciones y extremadamente discriminatorio para con los que no consideraba a su altura.
Una tarde soleada de otoño, en que volvía caminando desde el gimnasio a nuestra casa ví a dos cachorritos, casi recién nacidos, abandonados en una esquina.
Pregunté en los alrededores si pertenecían a alguien, nadie sabía nada y previo paso por la Veterinaria para verificar su estado y comprarles el adecuado alimento, los llevé conmigo a casa.
Una vez allí, le di de comer, según las instrucciones del veterinario y les prepare un lugar caliente en el lavadero, dentro de un canasto con algunas mantas viejas, para que estuvieran y durmieran.
Eran dos hembras marrones mezcla de cualquier cosa, la más pequeña no sobrevivió y con tristeza la dimos al jardinero para que la enterrara, a la otra me la quedé y le puse de nombre Dafne, porque si, porque se me ocurrió.
Dafne durante esos primeros tiempos de mi matrimonio fue mi gran amiga y compañera. Ni bien Rubén se iba ella acudía a mí con alegría y me acompañaba a donde fuera.
Me pareció que a Rubén no le gustaron nada los cachorros, suponía que no encajaban en su mundo impecable y elegante, pero como no me dijo nada, yo seguí cuidando de mi pequeña perrita.
Ese verano me llevó en enero a Punta del Este, pero no me dejo que llevara a la perra, ya que íbamos a un Hotel de lujo en donde no permitían animales.
Nos quedamos casi todo el mes, aunque Rubén hizo unos cuantos viajes de negocios a Buenos Aires, pero eran de dos o tres días no más, para que yo no me sintiera demasiado sola.
Cuando volvimos Dafne no estaba, la persona que había quedado a cargo de la casa en nuestra ausencia, Carlota, dijo que había enfermado de repente y que había muerto, que el señor podría decírmelo ya que justamente él se encontraba en Buenos Aires, en aquel momento.
Yo me quede anonadada, Rubén me dijo que no me lo había contado para no estropearme mis vacaciones, pero que había ocurrido alrededor del 8 de enero y que su estado había sido muy grave y debieron sacrificarla.
La tristeza me invadió de tal manera, que me sumí en la más profunda melancolía y durante una semana no me levante ni siquiera de la cama.
Un día Rubén llego bien temprano a casa y me abrió de par en par las ventanas, para iluminar el cuarto con el sol de la tarde.
Se acerco a mí, me beso y cuando logro mi atención salió del cuarto, para volver a entrar de inmediato con una caja mediana en las manos.
Con ojos de picardía me dio la caja para que la abriera.
El cachorro de Yorkshire era diminuto y hermoso y sin pensarlo lo tome y apreté junto a mi pecho.
Le puse de nombre Abril, porque llegaba con la tristeza del otoño a mi vida y me quede con él.
Rubén me permitió llevarlo conmigo a todos lados, claro Abril era un perro elegante...
Desde ese momento supe que era importante no contradecir a mi marido, las cosas debían hacerse bajo su supervisión, de otro modo, tal vez, podría transformarse en un ser indeseable...
Yo tenía la certeza, de que la desaparición de Dafne, había sido obra de él.
FIN
Graciela Mariani
jueves 13 de junio de 2002
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